Maestros al servicio de la educación

[Alexander Ortiz] Educar es amar y conversar: evocando a Freire

La escuela es una organización humana que tiene una alta capacidad de aprendizaje, debe tener también la voluntad de aplicar dicha capacidad y disfrutar ese proceso de aprender. Sin embargo, algunos profesores han caído en una desmotivación y una pasividad sin límites que los paraliza en su cotidianidad rutinizada. Existe un fatalismo que conduce a la pasividad y al inmovilismo (Freire, 1997).
Hoy conversaremos sobre los principales aportes de Freire (1994, 1997, 1999, 2011, 2012a, 2012b, 2013, 2014), fundamentalmente los tesoros conceptuales, programáticos y axiológicos descubiertos en sus Cartas a quien pretende enseñar y en su ya eterna Pedagogía del Oprimido.  Freire (1921-1997) también parte del supuesto básico de «la educación como práctica de la libertad», que utiliza como título para su primer libro (Freire, 1969).

Es imprescindible hacer la reflexión pedagógica, aunque Freire (2012b) considera que los problemas educativos no tienen una solución solamente pedagógica, sino que también influyen los aspectos políticos y éticos, no obstante, considera que sin la educación no se genera la transformación social, aunque reconoce que la educación no es el único factor de transformación de la sociedad. De cualquier manera, las reflexiones pedagógicas contribuyen a tener una mayor claridad sobre el hecho educativo y, por consiguiente, esto redundará en una concepción más coherente sobre la escuela, en la cual se debe educar para la transformación.

La teoría de la acción dialógica configurada por Paulo Freire tiene cuatro características esenciales: la colaboración, la unión, la organización y la síntesis cultural. Freire llega a delinear estas características a partir de un recorrido amplio y profundo por los ejes de su gran teoría, que a mi juicio no es la teoría dialógica sino la teoría del amar. La teoría dialógica es el resultado y consecuencia de su teoría del amar. La teoría dialógica se deriva de su teoría del amar. Entonces la pedagogía dialógica de Paulo Freire es una pedagogía del amar.

Ejes de reflexión en la pedagogía dialógica (del amar) de Paulo Freire:

  • Educación bancaria
  • Intenciones formativas
  • Escuela
  • Enseñanza-aprendizaje
  • Método de Concienciación
  • Diálogo
  • Lectura
  • Investigación
  • Profesor
  • Estudiantes
Educación bancaria

Como es conocido, Freire (2012a) hace una fuerte crítica a la educación tradicional que él denominó educación bancaria. Es aquella educación en la que se utiliza un método narrativo, expositivo, el profesor como sujeto explica, y los estudiantes memorizan mecánicamente el contenido de la asignatura. Los estudiantes son vasijas, recipientes que el profesor llena de información y datos. En esta educación bancaria se considera que un profesor es bueno mientras más deposite en sus estudiantes, y éstos son buenos mientras más dóciles sean y se dejen llenar de datos y conceptos abstractos. “De este modo, la educación se transforma en un acto de depositar en el cual los educandos son los depositarios y el educador quien deposita” (p. 62).

En este método bancario el profesor habla y los estudiantes escuchan, el profesor sabe y los estudiantes no saben, el profesor es un sabio, un erudito, y los estudiantes son ignorantes, el profesor manda y ordena, los estudiantes obedecen y ejecutan, el profesor es un sujeto y los estudiantes son objeto. En fin, el profesor es un opresor y los estudiantes son los oprimidos. Esta realidad descrita anteriormente cada vez es más concientizada por los profesores. 

Intenciones formativas

Freire (2014) insistía en que formar es mucho más que simplemente adiestrar al estudiante en el desempeño de destrezas, es importante tener en cuenta el valor de las emociones, de la sensibilidad y de la afectividad. Tampoco es un acto acabado, terminado, la formación implica la inconclusión del ser humano, de su inserción en un permanente proceso de búsqueda, de ahí que “quien forma se forma y reforma al formar, y quien es formado se forma y forma al ser formado” (p.25).

El reto es conceptualizar la formación, resignificarla, deconstruirla y reconfigurarla, para que exprese su verdadero sentido y significado: brindar las opciones educativas para que el estudiante opte, decida y elija su propia auto-configuración, respaldando la intencionalidad de su emancipación, quien tiene que configurar su propio perfil, independientemente del modelo y el perfil que la escuela configura, como propósitos e intenciones formativas, ¿o autoconfigurativas?

El estudiante del siglo XXI debe pensar de manera crítica y reflexiva, lo cual implica configurar un punto de vista que cuestione incluso el punto de vista de Freire (2009, 2011, 2012a, 2012b, 2013), que plantea la emancipación del sujeto histórico gracias a la educación y a la legitimidad de los movimientos sociales.

La escuela

Freire (2012) consideraba que la escuela moderna, la escuela competente, capaz, alegre, feliz, democrática, participativa y progresista, debía repensar todo lo relacionado con la comprensión del mundo, las relaciones entre la conciencia y el mundo, y la configuración histórica de la conciencia y la comprensión en el propio mundo configurado por el sujeto consciente en sus interacciones con el mundo creado por él mismo. “Creo que de esta comprensión resultará una nueva manera de entender lo que es enseñar, lo que es aprender, lo que es conocer” (Freire, 2012, p. 95), de manera que en la escuela democrática no sólo el maestro enseñe, no sólo el estudiante aprenda y no sólo el rector mande y ordene, sino que sea una escuela donde todos enseñemos, todos aprendamos y todos mandemos y ordenemos, una verdadera escuela participativa, un modelo de democracia.

Enseñanza-aprendizaje

Para que la actividad de enseñanza cumpla su función es necesario que “el acto de aprender sea precedido por, o concomitante de, el acto de aprehender el contenido o el objeto cognoscible, con el que el educando también se hace productor del conocimiento que le fue enseñado” (Freire, 2012, p. 143). Enseñar no es transferir conocimiento sino crear un ambiente de aprendizaje para que el estudiante tenga las posibilidades de su configuración. Enseñanza y aprendizaje forman un par dialéctico, son procesos dialógicos y complementarios. Enseñar no existe sin aprender y viceversa. El estudiante, cuando aprende, enseña en su proceso de aprendizaje, y el profesor, al enseñar, aprende en su proceso de enseñanza.

El aprendizaje surgió primero que la enseñanza en la historia de la humanidad. Fue aprendiendo socialmente que los seres humanos se percataron que era posible enseñar. Aprender precedió a enseñar y la enseñanza se diluía en la experiencia realmente fundadora de aprender (Freire, 2014). La enseñanza no es válida si no logra que el estudiante aprenda recreando y reconfigurando lo enseñado. Un profesor enseña cuando fomenta el aprendizaje de sus estudiantes, cuando estimula y facilita que los estudiantes se motiven, comprometan y participen de manera activa en ese proceso de configuración cognitiva y axiológica, cuestionando sus propias formas de pensar y creando nuevos paradigmas mentales, nuevas formas de pensar, aprender, reaprender y reconfigurar el mundo en que vive.

Es urgente rescatar las pedagogías liberadoras, de la autonomía, de la esperanza (Freire, 1994, 2011, 2012a, 2012b, 2014), que sin lugar a dudas constituyen un punto de vista radical sobre la educación de los niños y niñas.

Freire (2014) afirmaba que no hay docencia sin discencia, lo que equivale a decir que no hay enseñanza sin aprendizaje, ambos procesos forman una unidad dialéctica, y en este sentido la clase exige amar a los estudiantes, alegría y esperanza, afectividad, aprehensión de la realidad sociocultural, autoridad, buen juicio, capacidad científica, competencia pedagógica profesional, comprender que la educación es una forma de intervención en el mundo, compromiso, conciencia del inacabamiento, por cuanto siempre nos estamos formando, la educación es interminable; la clase exige crítica, curiosidad, motivación, capacidad de asombro, disponibilidad para el diálogo, ejemplo más que palabras, más acción y menos discurso, el reconocimiento de ser condicionado histórica y socialmente, espíritu creativo, estética y ética, generosidad, humildad, investigación, la convicción de que el cambio y la transformación humana es posible, leer el contexto y no sólo las palabras de los textos, libertad, rechazo de toda forma de exclusión y discriminación, reconocer que la educación es política e ideológica, reconocimiento y asunción de la identidad cultural, reflexión crítica sobre la práctica y sobre la teoría leída en los libros, respeto a los saberes y a la autonomía del ser del estudiante, riesgo, asunción de lo nuevo y problemático, rigor metódico, dominio técnico al servicio del cambio, saber escuchar, seguridad, tolerancia y una toma consciente de decisiones.

Método de Concienciación

Paulo Freire creó un método de enseñanza y alfabetización que no comulga con la pedagogía tradicional, no es un método repetitivo, reproductivo, que exige al educando pensar las palabras a partir de la lógica del discurso teórico y abstracto del profesor, no es un método para aprender repitiendo las palabras, es un método en el que el estudiante reconfigura de manera crítica las palabras de su cotidianidad, con el fin de que sepa y pueda decir su palabra en la oportunidad debida.

El Método de Concienciación de Freire no es un método de enseñanza sino de aprendizaje, a partir del cual el ser humano aprende a emanciparse, aprende a hacer efectiva y ejercer su libertad. La pedagogía del oprimido es el método a través del cual los dominados luchan para decir su palabra, para lo cual deben aprender a tomarla de los que la retienen y niegan a los demás, de ahí que la liberación sea considerada un parto doloroso. “El hombre que nace de él es un hombre nuevo, hombre que sólo es viable en la y por la superación de la contradicción opresores-oprimidos que en última instancia es la liberación de todos” (Freire, 2012a, p. 37).

Diálogo

El diálogo es imprescindible para el aprendizaje humano. El diálogo nos humaniza. A través del diálogo el estudiante tiene la posibilidad de expresar sus opiniones de manera individual y/o colectiva, oral y/o escrita. El profesor enseñando, aprende; y los estudiantes, aprendiendo, enseñan. Esto nos recuerda la idea de Freire (1994) de que nadie educa nadie y nadie se educa solo, sino que nos educamos entre todos. En este sentido, la autoeducación es también intereducación.

Lectura

La lectura también es una forma de diálogo, por cuanto la letra impresa refleja el pensamiento de un ser humano. La lectura es imprescindibles para el aprendizaje humano. La lectura nos humaniza.

La lectura activa en clases es un diálogo, un intercambio de opiniones con ese autor, lo cual le permitirá al estudiante desarrollar también sus competencias escriturales. “Si nuestras escuelas, desde la más tierna edad de sus estudiantes, se entregasen al trabajo de estimular en ellos el gusto por la lectura y la escritura, y si ese gusto continuase siendo estimulado durante todo el tiempo de su escolaridad, posiblemente habría un número bastante menor de posgraduados hablando de su inseguridad o de su incapacidad para escribir” (Freire, 2012b, p. 56).

“Cuando el lector alcanza críticamente la inteligencia del objeto del que habla el autor, conoce la inteligencia del texto y se transforma en coautor de esta inteligencia” (Freire, 2012, p. 64), y ya no habla de ella como alguien que ha escuchado hablar de ella sino como autor de la misma. De esta manera el apasionante acto de leer se convierte en un proceso de aprendizaje configurativo. Sin embargo, los estudiantes casi siempre corren despavoridos huyendo de los libros. No les gusta leer. Pero pienso que son víctimas del propio sistema educativo que pretende enseñar a partir de la lectura, pero para ellos los obligan a leer cualquier libro, sin antes analizar si ese texto les interesa o no. Además de obligarlos a leerlo, los reprenden en público por no comprenderlo, se avergüenzan y no quieren leer más por temor a hacer el ridículo.

Nosotros haríamos lo mismo si en un curso de postgrado nos obligaran a leer determinado libro y luego nos increparan por no haberlo comprendido. La amonestación pública por la falta de comprensión aniquila el interés por la lectura. Es por ello que los libros utilizados de manera inadecuada pueden convertirse en un peligro para la escuela, porque se convierten en una fuente de humillaciones públicas y fracasos, desestimulando la lectura.

A veces se piensa que el profesor adoctrina a sus estudiantes cuando les asigna algunos textos para leer en clases, sin embargo, cuando el estudiante lee un texto, si lo hace de manera seria, profunda y analítica, no se alinea con el texto leído por cuanto tiene la posibilidad de cuestionar a su autor, ya que estudia el estudio de quien estudiando lo escribió (Freire, 2013), percibiendo el condicionamiento histórico social del conocimiento, y de esta manera el estudiante reinventa, recrea, reconfigura y reescribe el texto leído, convirtiéndolo en su propio texto, por lo tanto ya no sería el texto del autor leído, y el estudiante no cumple la función de objeto o receptor pasivo, sino de participante activo, sujeto del conocimiento, asumiendo una actitud crítica frente al texto leído.

De hecho, estudiar y leer en clases no puede convertirse en un acto reproductivo de consumir ideas de otros, es más bien un acto creativo en el que el estudiante crea y recrea ideas y conocimiento, para lo cual debe comprender el texto leído, develando la trama del mismo, las complejas relaciones entre los componentes del mismo y sus relaciones con el aprendizaje precedente del estudiante. No existe un texto sin contexto, lo más importante no es leer la palabra sino leer el mundo, que siempre precede a la lectura de la palabra (Freire, 2013).

Lo anterior exige que el estudiante problematice el texto leído, en la interacción con sus compañeros de aula. El aprendizaje, el conocimiento y el pensamiento son procesos dialógicos, actos sociales, no singulares sino sociales. No existe el “yo pienso” en singular sino un “nosotros pensamos”, que es el que me permite pensar. De esta manera, leer en clases es un método muy valioso no para memorizar y reproducir mecánicamente los contenidos de la lectura sino para pensar y reescribir.

Investigación

Freire (2014) señalaba que el profesor debe respetar el derecho del estudiante a indagar, dudar, criticar, afirmaba que lo importante es que el profesor y los estudiantes se asuman como seres epistemológicamente curiosos, imaginativos, intuitivos, que se impliquen con sus emociones en el aprendizaje cognitivo y muestren su capacidad de conjeturar, de comparar, procesos básicos de la investigación.

No hay investigación sin enseñanza ni enseñanza sin investigación (Freire, 2014). La investigación, la búsqueda, la indagación, son procesos inmanentes al acto de enseñar, son cualidades inherentes al rol del profesor, quien busca, indaga e investiga para poder enseñar. Por eso hablar de profesor investigador es una tautología, porque la investigación es condición de la enseñanza, todo profesor es investigador, es redundante hablar del profesor investigador, lo que se necesita es que los profesores en nuestra praxis pedagógica cotidiana nos asumamos como investigadores por el mismo hecho de ser profesores.

El profesor

Un profesor de excelencia se preocupa por sus estudiantes y por su actividad mental, estimula su pensamiento y se concentra más en ellos que en la asignatura que desarrolla, para de esta manera “desafiar a sus estudiantes desde la más tierna y adecuada edad a través de juegos, de historias, de lecturas para comprender la necesidad de la coherencia entre el discurso y la práctica” (Freire, 2012, p. 42).

Los profesores “somos políticos, hacemos política al hacer educación. Y si soñamos con la democracia debemos luchar día y noche por una escuela en la que hablemos a los educandos y con los educandos, para que escuchándolos podamos también ser oídos por ellos” (Freire, 2012, p. 114), aprender de ellos, porque los estudiantes nos pueden enseñar mucho, no sólo ellos aprenden de nosotros sino que el profesor también aprende mucho de sus estudiantes.

El profesor que se niega a aprender junto a sus estudiantes rompe la unidad dialéctica entre enseñar y aprender y se convierte en un ser elitista (Freire, 2013) olvidando así uno de los postulados fundamentales de Marx en su tercera tesis sobre Feuerbach en la que nos advierte que el propio educador necesita ser educado, y ¿qué mejor educador para los profesores que sus propios estudiantes?

Freire (2012) sintetiza las cualidades indispensables para llevar a cabo una práctica pedagógica progresista por parte del profesor: humildad, amor, valentía, tolerancia y justicia. Según Freire, la humildad no implica cobardía o falta de respeto hacia nosotros mismos, sino que nos enseña que nadie lo sabe todo y nadie lo ignora todo, más bien todos sabemos algo y todos ignoramos algo. La amorosidad está relacionada con la pasión por la enseñanza y la aceptación de nuestros estudiantes. La valentía incluye al miedo. Hay miedo sin valentía, pero no hay valentía sin miedo, pero es un miedo limitado, sometido y controlado. La tolerancia es la virtud que nos enseña a respetar lo diferente, convivir con lo diferente y aprender con lo diferente. Por último, el profesor progresista debe buscar de manera permanente la justicia. Por ejemplo, nadie puede impedir que se implique más afectivamente con un estudiante que con otro, pero lo que el profesor no puede hacer es favorecer a su estudiante preferido en detrimento del derecho de los demás. Tensión entre paciencia e impaciencia, seguridad, decisión y alegría de vivir se funden como cualidades que deben ser cultivadas por los profesores progresistas. 

Los estudiantes

Los estudiantes tienen un saber muy valioso que los profesores deberíamos asumir. Nosotros no lo sabemos todo y tampoco lo ignoramos todo. Los estudiantes tampoco. Todos los seres humanos sabemos algo y todos ignoramos algo, por eso siempre estamos aprendiendo entre todos. La idea de que el profesor sabe y por eso enseña al estudiante que no sabe, es una idea autoritaria y excluyente que considera al estudiante un objeto. Tanto el profesor como los estudiantes son sujetos de la educación. Ambos educan y son educados mutuamente. El conocimiento no es un dato, inmóvil, concluido, terminado, para ser transferido por quien lo adquirió a quien supuestamente todavía no lo posee (Freire, 2013).

Amar y conversar: evocando a Freire

La educación es un acto estrictamente humano, por eso debe ser afectiva y cognitiva, emocional y racional. En la educación no se deben reprimir los sentimientos, las emociones, los deseos, los sueños, en función de enarbolar una dictadura racionalista, pero tampoco debe faltar el rigor generado por la disciplina intelectual y la libertad del estudiante de elegir y ser. La idea de que el profesor debe desarrollar al estudiante es paradójicamente excluyente e insultante porque presupone que este no es lo que debe ser.

Y este deber ser lo ha impuesto otra persona y no es una decisión del estudiante. Esta idea es excluyente en sus propios términos. La educación debe ser un acto de amistad, en el que ambos, profesor y estudiante, se aceptan tal y como son y no pretenden cambiarse uno al otro. La educación es un acto de amor, aceptación sin condiciones y consideración del estudiante, es mirarse en el rostro del otro. Educar es compartir, relacionarse, interactuar, amar. Educar no es instruir, ni capacitar, ni desarrollar. Si pensamos que educar es capacitar entonces estamos asumiendo que el estudiante no está capacitado, no tiene saber y es un ignorante. De esta manera, la educación se convierte en un acto que rechaza la condición del estudiante, lo desprecia al considerar que no sabe y que por tanto el docente le debe transmitir su saber. ¡Insultante!

Sería interesante y verdaderamente emancipador y reconfortante que el estudiante transite por los distintos niveles educativos de la escuela sin serlo. Es decir, sin ser un estudiante sino solo un ser humano, un ser vivo. Esto no implica que el estudiante tenga que dejar de aprender y el profesor tenga que dejar de enseñar. Estas categorías seguirán siendo muy valiosas para comprender el campo didáctico y formativo, pero debemos reconceptualizarlas. La enseñanza y el aprendizaje forman, son inmanentes a la vida humana. Sin aprendizaje no hay vida. Y sin vida no hay aprendizaje. Aprender es vivir, y vivir es aprender. Ahora bien, enseñar no es transmitir conocimientos, sino orientar el aprendizaje, y aprender no es asimilar o apropiarse de un conocimiento, sino reconfigurar modos de actuación a través del lenguaje.

En la escuela debemos aprender a escuchar, ese es el reto más grande que tiene un ser humano. La estrategia es escuchar para aprender de los demás, no encerrarnos en nuestras propias ideas, abrir nuestra mente a la escucha, la reflexión y el aprendizaje.

Los seres humanos somos conversacionales. La educación es un sistema conversacional. El éxito o fracaso de la educación está dado en la red dinámica de conversaciones. Dime cómo conversa el profesor con sus estudiantes y cómo conversan los estudiantes entre ellos y te diré que enfoque educativo subyace esa práctica. La educación es un proceso interactivo entre sujetos lingüísticos. La relación sujeto-sujeto caracteriza la actividad didáctica del profesor.

Cuando llegamos a las instituciones educativas lo primero que preguntamos está relacionado con las formas de conversación, sobre qué conversan, para qué; es decir, indagamos la estrategia, el contenido y las intenciones de las conversaciones y qué competencias conversacionales tienen los profesores y los estudiantes. Si los profesores logran penetrar la configuración de conversaciones de sus estudiantes lograrán transformaciones en sus desempeños.

El concepto de competencias conversacionales es muy importante en esta mirada de la educación. Es importante estimular este tipo de competencias por cuanto nos dedicamos más a las competencias específicas, técnicas y funcionales, que no definen el proyecto de vida del estudiante. En cambio el cimiento epistémico para ello son las competencias conversacionales como la capacidad de escuchar, de juzgar (formular un juicio), cumplir un compromiso, callar, saber argumentar una idea, retroalimentar con reflexiones críticas o configurar espacios psíquicos emocionales que expandan la capacidad de amar.

Los seres humanos somos configuraciones lingüísticas. Somos una red de conversaciones, y a través del diálogo los estudiantes deben aprender a aprender y los profesores debemos aprender a enseñar. El estudiante no llega a la escuela sabiendo aprender, necesita una orientación para aprender. Es el profesor quien debe ofrecer dicha orientación y estimular el proceso de aprendizaje porque a aprender se aprende aprendiendo. La orientación de las acciones de aprendizaje se logra ofreciendo al estudiante procedimientos para el estudio y su actividad independiente.

La educación es un foro cultural. La educación debería ser un espacio de conversación amena y apacible, un espacio para el diálogo entre iguales, un espacio donde seres humanos, estudiantes y profesores, hablan, comparten, discuten, valoran, debaten, argumentan, problematizan, e incluso, por qué no, ríen y lloran, se ponen tristes y son felices. En la educación emergente se reconfiguran contenidos curriculares y códigos, de manera que los saberes disciplinares no son sólo conceptuales, sino que incluyen además, lo que es más importante, habilidades, valores, actitudes, afectos, emociones y sobre todo sentimientos humanos. En resumen, la educación debe ser alegre, dinámica, no debe ser aburridora ni tediosa. Este es un requisito indispensable para que el estudiante tenga una disposición psicológica positiva para el aprendizaje. La estimulación del interés y el deseo por aprender dependen en gran medida de la relación afectiva y motivacional que el estudiante establezca con el contenido y con el profesor. El humor es esencial en la educación, lo cual no significa que el éxito académico se logra solamente en la educación alegre en la que prolifere la risa, pero sí significa que en la educación apacible, amena y atractiva se neutraliza la pasividad, y el estado psicológico del estudiante transita a la actividad consciente, motivada y autorregulada, lo cual garantiza un aprendizaje auténtico y desarrollador.

La educación debe ser un puente, un viaducto, entre los deseos y necesidades de los estudiantes y las intencionalidades formativas del profesor. La educación debe lograr que emerja en los estudiantes el deseo de aprender, con el fin de hacer coincidir los intereses de ambos sujetos del proceso formativo, el profesor y los estudiantes. Estos tienen una intencionalidad que no siempre es coincidente con la intencionalidad de la escuela, y aunque es cierto que deben cumplir los propósitos establecidos, la educación debe desarrollarse a partir de las experiencias y ritmos de aprendizaje de los estudiantes, y sin soslayar sus estilos y estrategias, que los estudiantes utilizan según sus intereses y necesidades, que están determinadas por su voluntad.

No podemos pedirle al profesor cosas que éste no puede hacer, pero sí debemos exigirle humildad y profesionalismo, amor y ciencia. Esto no es trivial, tiene una alta significación, en el sentido de que el ser humano que somos emerge de nuestras biopraxis cotidianas en el convivir que configuramos en los ambientes culturales y de aprendizaje que vivimos. De ahí que todas las experiencias que viven los estudiantes en su convivencia con el profesor permiten expandir el espacio bio-psíquico-cultural que los configura como seres humanos. No existe experiencia nula, toda experiencia forma. Lo que el profesor no puede dejar de hacer es dar cariño y ternura a sus estudiantes, escolarizar el amor y llevar a los estándares más altos los postulados y principios del currículo humanista.

Una educación excelente debería estar encaminada a colaborarles a los estudiantes en la toma de decisiones relacionadas con su proyecto de vida, para que estén en capacidad de elegir lo que desean llegar a ser y lo que son. La educación emergente reconoce que todos los estudiantes son diferentes, que no existen dos estudiantes que sientan, piensen o actúen de la misma manera y, por consiguiente, no existen dos estudiantes que aprendan de la misma manera. Este tipo de educación ayuda a que los estudiantes no intenten imitar a los demás, que sean menos como los otros y más como ellos mismos, configurando así su identidad autónoma y auténtica, única y especial. En la educación emergente el estudiante no es formado a partir de un estándar o molde previamente determinado, sino que se autoconfigura, porque aprende a indagar su propia personalidad, comprenderse a sí mismo, asignarle significado a sus experiencias y darle sentido a su vida. En este modelo el profesor es un mediador, y educa amando y conversando.

Finalicemos entonces con un pensamiento que está diluido en toda la obra de Paulo Freire y que él lo utiliza al final de su obra Pedagogía del Oprimido: “Si nada queda de estas páginas, esperamos que por lo menos algo permanezca: nuestra confianza en el pueblo. Nuestra fe en los hombres y en la creación de un mundo en el que sea menos difícil amar”

Referencias
  • Freire, P. (1994). Educación y participación comunitaria. En: Gastells, M. et. al. Nuevas perspectivas críticas en educación. Barcelona: Paidós.
  • Freire, P. (1997). A la sombra de este árbol. Barcelona: El Roure.
  • Freire, p. (2009/1992). Pedagogía de la Esperanza. México: Siglo XXI.
  • Freire, P. (2011/1969). La educación como práctica de la libertad. Madrid: Siglo XXI.
  • Freire, P. (2012a/1970). Pedagogía del Oprimido. Madrid: Siglo XXI.
  • Freire, P. (2012b/1993). Cartas a quien pretende enseñar. México: Siglo XXI.
  • Freire, P. (2013/1984). La importancia de leer y el proceso de liberación. México: Siglo XXI.
  • Freire, P. (2014/1996). Pedagogía de la Autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa. México: Siglo XXI.

NOTA DE REDACCIÓN: La Web del Maestro CMF publica los textos originales de su autor, no necesariamente coincide con lo expuesto en el tema, y no se hace responsable de las opiniones expresadas.


Autor:
Alexander Ortiz Ocaña, ciudadano cubano-colombiano.
Universidad del Magdalena Santa Marta, Colombia
Doctor en Ciencias Pedagógicas, Universidad Pedagógica de Holguín, Cuba. Doctor Honoris Causa en Iberoamérica, Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa (CIHCE), Lima. Perú. Magíster en Gestión Educativa en Iberoamérica, CIHCE, Lima, Perú. Magíster en Pedagogía Profesional, Universidad Pedagógica y Tecnológica de la Habana. Licenciado en Educación.
Correo electrónico: [email protected] / [email protected]

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