Francisco Mora es doctor en Medicina, doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford y una figura clave en el desarrollo de la neuroeducación en el ámbito hispano. Catedrático de Fisiología Humana en la Universidad Complutense y vinculado a la Universidad de Iowa (EE.UU.), ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar cómo el cerebro aprende y cómo esa comprensión científica puede transformar la educación. Mora insiste en una idea que puede parecer simple, pero que cuestiona de raíz el modelo educativo tradicional: la clase de 50 minutos debe desaparecer.
Esta afirmación no es un capricho. Parte de una evidencia consolidada en el campo de la neurociencia: la atención no puede sostenerse durante tanto tiempo sin interrupciones o estímulos nuevos. Mora propone cambiar el formato rígido de la clase tradicional, o al menos introducir pausas activas cada 15 minutos que reactiven la atención y generen curiosidad. El objetivo es claro: aprender mejor, aprender con emoción.
¿Qué puede aportar la neuroeducación a la escuela?
Según Mora, la neuroeducación es la traducción de cómo funciona el cerebro al proceso educativo. Y su mayor descubrimiento, por ahora, es que sin emoción no hay aprendizaje. A través de estudios científicos, se sabe que para que un estudiante aprenda algo nuevo debe prestar atención, y la atención se activa con la novedad, con la curiosidad. En palabras del autor: “Hay que despertar la curiosidad, porque es el mecanismo cerebral capaz de detectar lo diferente en la monotonía diaria”. Esa chispa, esa emoción, es lo que permite grabar con más fuerza la información en la memoria.
“Hay que despertar la curiosidad, porque es el mecanismo cerebral capaz de detectar lo diferente en la monotonía diaria”.
Artículos relacionados:
- Francisco Mora: Forzar el aprendizaje antes de tiempo causa sufrimiento en el niño
- Francisco Mora: El cerebro sólo aprende si hay emoción
- Francisco Mora: El maestro es insustituible. Tú no puedes educar a un niño con una pantalla. Es imposible.
Este enfoque exige que los docentes renuncien a ciertas prácticas que ya no tienen sustento. Una de ellas es intentar mantener la atención solo con órdenes: “¡Concéntrate!”, “¡Escucha!”. En lugar de eso, Mora sugiere comenzar las clases con imágenes o frases provocadoras, incorporar preguntas inesperadas o contar anécdotas que despierten la emoción y conecten con el contenido.
¿Se puede aplicar ya todo lo que dice la neurociencia?
No. Y el propio Mora lo reconoce con honestidad. Aunque la neuroeducación ofrece pistas valiosas, no es aún una ciencia completamente estructurada ni tiene un manual único de aplicación. Por eso pide prudencia. Según él, todavía hay más preguntas que respuestas y no todo lo que se sabe del cerebro puede trasladarse, de forma inmediata, al aula. Además, denuncia que circulan muchos neuromitos, creencias erróneas disfrazadas de ciencia.
Uno de los más difundidos es la idea de que usamos solo el 10% del cerebro. Otro, la supuesta división entre personas de hemisferio derecho o izquierdo. Ambos, afirma Mora, carecen de fundamento. “El cerebro trabaja de forma integrada; cada función compleja implica a múltiples áreas de ambos hemisferios, de forma coordinada”, aclara.
¿Qué cambios urgentes sugiere?
Además de acortar los bloques de clase y eliminar las largas sesiones expositivas, Mora plantea revisar cuándo y cómo se enseña a leer. Hay evidencia científica de que los circuitos neuronales que permiten transformar grafemas en fonemas (lo que se ve en lo que se dice) no están listos antes de los seis años. Enseñar antes puede ser posible, pero doloroso, artificial y poco duradero. “Todo lo que es doloroso se rechaza, lo placentero se repite”, resume.

Otra transformación importante es pasar de una pedagogía basada en el castigo a una centrada en la recompensa. La motivación, recuerda Mora, activa los mismos circuitos que otras conductas básicas como buscar alimento o agua. Por eso el aprendizaje debe ser atractivo, incluso divertido, si se quiere que sea duradero.
Sabemos que para que un alumno preste atención en clase, no basta con exigirle que lo haga
¿Y qué papel tiene el entorno?
Mora también destaca los avances en neuroarquitectura, una disciplina emergente que cruza neurociencia y diseño de espacios educativos. ¿La meta? Crear escuelas que no solo enseñen, sino que también hagan sentir bien. Esto implica pensar en la luz, el ruido, la ventilación y las formas arquitectónicas. En EE.UU., existen ya proyectos concretos que buscan construir aulas más amables y adaptadas al funcionamiento del cerebro.
Reflexión final
Francisco Mora no busca imponer una receta. Pide que los docentes se informen, que cuestionen las prácticas tradicionales y que no caigan en modas sin base científica. Pero también deja claro que el sistema educativo necesita cambiar. Que no se puede seguir enseñando igual que hace dos siglos, cuando ya se sabe cómo aprende el cerebro. Y que quizás, solo quizás, todo puede comenzar con una decisión sencilla pero poderosa: repensar la clase de 50 minutos.
Redacción | Web del Maestro CMF