Infancia en crisis: aumento de conductas disruptivas en jardines infantiles preocupa a educadores

El aumento de conductas desreguladas en niños pequeños se ha convertido en una alerta para jardines infantiles y escuelas con nivel parvulario. Llanto inconsolable, agresividad física hacia compañeros y adultos, destrucción de materiales, impulsividad e incapacidad de tolerar la frustración son solo algunos de los comportamientos que se han vuelto cada vez más frecuentes en las aulas de educación inicial tras la pandemia.

Educadoras como Romina Aravena y directoras de establecimientos como Mónica Matus y Denisse Ferrada coinciden en que estamos ante una transformación profunda del comportamiento infantil. “Durante los últimos años he observado un aumento en situaciones de desregulación emocional, rabietas intensas, dificultad para compartir y agresión física”, declara Aravena. Estas manifestaciones no eran habituales antes de la pandemia y, según cifras de la Superintendencia de Educación, solo en los primeros tres trimestres de 2024 se registraron 124 denuncias por conflictos entre párvulos, incluyendo golpes, mordeduras, empujones y tirones de pelo.

El fenómeno no solo afecta a la educación parvularia. Profesores de primer ciclo básico también advierten una escalada en la intensidad emocional y la violencia entre niños de 6 y 7 años. “He tenido casos en que terminan rompiendo instrumentos musicales”, relata el profesor Manuel Puebla.

Pantallas, estrés familiar y entornos vulnerables: un cóctel explosivo

Los educadores identifican múltiples causas detrás de este panorama. El uso excesivo de dispositivos móviles desde edades muy tempranas se menciona como un factor central. “Muchos niños llegan con celulares viendo TikTok o videojuegos. Cuando se les retira el dispositivo, experimentan gran estrés”, advierte Aravena. La exposición prolongada a pantallas ha sido relacionada por diversos estudios con dificultades en la autorregulación emocional, problemas de atención, alteraciones en el sueño y retraso en el desarrollo del lenguaje (APA, 2016; WHO, 2019).

A ello se suma el estrés parental. “La vida apurada y agotadora de los adultos también influye. Corremos a dejar a los niños para luego ir a trabajar, sin espacio real para acoger sus emociones”, dice Aravena. Matus añade que, especialmente en contextos de vulnerabilidad, la violencia intrafamiliar potencia aún más estos comportamientos. La evidencia científica respalda esta afirmación: estudios longitudinales han demostrado que los niños expuestos a entornos estresantes o violentos tienen mayor riesgo de desarrollar conductas externalizantes (Shonkoff & Garner, 2012).

Una mirada pedagógica: comprender la emoción detrás de la conducta

Daniela Triviño, vicepresidenta de Junji, destaca que detrás de cada conducta desbordada hay una emoción no resuelta. Por ello, la estrategia institucional se enfoca en generar alianzas con las familias para educar sobre el impacto de las pantallas y brindar espacios donde los niños puedan expresar sus emociones.

Además, se enfatiza en la necesidad urgente de aumentar el número de educadoras por sala. Actualmente, muchas salas funcionan con solo una o dos adultas para más de 30 niños, lo cual hace inviable brindar contención emocional efectiva. “Nos están quitando técnicos y educadoras, justo cuando más se necesita atención personalizada”, denuncia Aravena.

Recursos sensoriales: una herramienta para la regulación

Como respuesta, varios colegios han incorporado juguetes sensoriales (pelotas blandas, láminas de silicona, trompos, etc.) en sus listas escolares. Estos materiales ayudan a los niños a liberar tensión, mantener la concentración y autorregularse durante la jornada. Su uso no se considera premio, sino una herramienta de apoyo emocional disponible cuando el niño lo requiera.

¿Qué dice la ciencia?

La neurociencia educativa respalda estas iniciativas. El juego sensorial activa zonas del cerebro relacionadas con la calma, la atención y la integración sensorial (Sousa, 2011). Asimismo, el Instituto de Salud Infantil de la UCL señala que las intervenciones basadas en contención emocional y regulación sensorial mejoran significativamente el comportamiento y la atención en niños con dificultades conductuales.

Además, la American Academy of Pediatrics (2020) ha recomendado limitar la exposición a pantallas en menores de 5 años a no más de una hora diaria de contenido de alta calidad, siempre con supervisión adulta, y evitar completamente el uso de dispositivos antes de los 18 meses (excepto videollamadas).

¿Qué se puede hacer?

1. Reducir el uso de pantallas en la primera infancia

¿Por qué? El uso excesivo de celulares y pantallas genera sobreestimulación, afecta el desarrollo del lenguaje, deteriora la autorregulación emocional y puede crear una relación adictiva con el contenido digital.

Acciones recomendadas:

    • Padres: Limitar el uso de pantallas a máximo una hora al día, según la OMS y la Academia Americana de Pediatría. Evitar completamente el uso antes de los dos años, excepto videollamadas.
    • Escuelas: Crear espacios de reflexión con las familias sobre los efectos del contenido digital.
    • Gobierno: Impulsar campañas de salud pública que alerten sobre los efectos del abuso de pantallas en el desarrollo infantil.

2. Promover el desarrollo emocional desde el aula

¿Por qué? Los niños pequeños aún no tienen desarrollada la capacidad de autorregularse; necesitan adultos que los contengan, les ayuden a identificar lo que sienten y los acompañen a procesarlo.

Acciones recomendadas:

    • Incluir en la rutina diaria actividades de educación emocional: nombrar emociones, juegos simbólicos, lectura de cuentos, círculos de conversación.
    • Usar recursos como juguetes sensoriales o zonas de calma para facilitar la regulación emocional.
    • Capacitar al personal docente en estrategias de acompañamiento emocional y primeros auxilios psicológicos.

3. Aumentar el número de educadoras por sala

¿Por qué? Atender a treinta niños con una o dos adultas es insuficiente para brindar contención, observación y apoyo emocional.

Acciones recomendadas:

    • Exigir a las autoridades educativas mayor inversión en personal parvulario.
    • Establecer normas claras que regulen la proporción de adultos por cantidad de niños. Modelos internacionales recomiendan una educadora cada siete u ocho niños en etapa inicial.
    • Reconocer y dignificar el rol de las educadoras de párvulos como esenciales en el desarrollo integral de la infancia.

4. Establecer alianzas familia-escuela

¿Por qué? La formación emocional no ocurre únicamente en la escuela. Si en casa hay estrés, gritos o negligencia, el niño llega desbordado al aula.

Acciones recomendadas:

    • Organizar talleres para padres sobre crianza, límites, emociones y regulación.
    • Mantener una comunicación constante entre hogar y escuela.
    • Sensibilizar a los cuidadores sobre el impacto que tiene el estrés adulto en la conducta infantil.
    • 5. Crear entornos escolares predecibles y seguros

¿Por qué? Los niños necesitan ambientes estructurados, rutinas claras y adultos emocionalmente disponibles. La incertidumbre y el desorden aumentan la ansiedad y la agresividad.

Acciones recomendadas:

    • Establecer y mantener rutinas claras y estables.
    • Evitar prácticas autoritarias como gritos, amenazas o castigos humillantes.
    • Diseñar espacios físicos que favorezcan la calma y el recogimiento emocional.

6. Invertir en formación docente continua

¿Por qué? Muchos educadores no fueron formados en temas de neurodesarrollo, regulación emocional o trauma infantil. Hoy, más que enseñar contenidos, deben sostener procesos humanos complejos.

Acciones recomendadas:

    • Capacitar al personal en neurociencia aplicada, desarrollo emocional, estrategias de autorregulación y manejo del juego como recurso terapéutico.
    • Fomentar redes de colaboración entre docentes.
    • Ofrecer apoyo psicológico a los equipos educativos, que también están expuestos a altos niveles de estrés.

Conclusión

No se trata de niños «malcriados», sino de infancias desbordadas por un entorno que no está sabiendo acompañarlas. Este fenómeno no puede resolverse solo desde el aula: requiere una mirada integral que involucre a familias, comunidades y autoridades educativas. Más apoyo, más recursos humanos y menos pantallas no son solo soluciones pedagógicas, sino respuestas humanas para una infancia que clama por ser comprendida.

Fuente: El Mercurio | Basado en el artículo de M.F. Polanco Y C. Aillapan

RDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF


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