La prevención temprana de los desajustes en el aprendizaje escolar es fundamental. Estos se entienden como dificultades persistentes e inesperadas que un estudiante experimenta para adquirir habilidades o conocimientos, a pesar de poseer una inteligencia normal y haber recibido una enseñanza adecuada. No son consecuencia de problemas sensoriales (como alteraciones visuales o auditivas), discapacidades intelectuales ni de la falta de oportunidades educativas. Por el contrario, persisten en el tiempo incluso con enseñanza convencional, generando un rendimiento significativamente inferior al de sus compañeros.
Estas dificultades no se presentan de forma aislada. Suelen ir acompañadas de señales de alerta que apuntan a un posible impacto en la salud mental del estudiante: cambios bruscos en el estado de ánimo, dificultades para concentrarse, aislamiento social, alteraciones en los patrones de sueño o alimentación, baja energía e incluso, en casos severos, pensamientos suicidas.
En el contexto escolar, estas señales se traducen en dificultades para leer, escribir, resolver operaciones matemáticas, atender instrucciones, organizar tareas o retener información. También pueden manifestarse a través de conductas desafiantes o emociones desproporcionadas, como ansiedad, frustración o episodios de llanto o ira. Se trata de síntomas evidentes que el aula puede y debe ayudar a detectar.
¿Estamos formando profesores capaces de detectar y actuar?
Es esencial que tanto docentes como familias estén atentos a dificultades específicas, como: Dislexia (lectura), Disgrafía (escritura), Discalculia (matemáticas) y problemas de atención, memoria y habilidades sociales
Estas dificultades afectan el desempeño académico, la autoestima y el bienestar emocional. Conviene recordar que cada niño es único, y que las manifestaciones de estas dificultades pueden variar en intensidad y forma. Lo fundamental es comprender que no se deben a pereza ni falta de esfuerzo: son condiciones reales que exigen atención profesional y estrategias pedagógicas adecuadas.
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Por eso, formar docentes preparados en este tema desde la formación inicial -y reforzarlo mediante el desarrollo profesional continuo- resulta esencial. Así, los profesores estarán capacitados para activar mecanismos de detección, derivar a profesionales especializados, aplicar primeros auxilios pedagógicos y ofrecer herramientas que ayuden a los estudiantes a afrontar y superar estas situaciones. Un profesor preparado para detectar tempranamente desajustes en el aprendizaje puede intervenir a tiempo, evitar que el problema se agrave y adaptar sus estrategias y protocolos para apoyar mejor al estudiante. Una detección oportuna mejora el desarrollo académico, emocional y social del alumno.
Esto también implica reconocer y atender factores del entorno escolar que, aunque a veces pasan desapercibidos o son minimizados, pueden resultar muy dañinos: violencia, acoso, maltrato, bullying, exclusión, indiferencia o ciberacoso… además de la realidad familiar.
Importancia de la detección, la intervención oportuna y formación dicente
Identificar estas señales a tiempo permite implementar intervenciones personalizadas que favorecen el desarrollo del potencial del estudiante y evitan que las dificultades se agraven o se hagan crónicas. Como se destaca en el Blog de la Universidad Continental, “si no se identifican y abordan de manera oportuna, los problemas de aprendizaje pueden tener un impacto negativo en el desarrollo académico, social y emocional del niño. Por ejemplo, un niño con dislexia puede tener dificultades para seguir el ritmo de sus compañeros en la escuela, lo que puede provocar frustración, ansiedad y baja autoestima.”
Una detección oportuna mejora el desarrollo académico, emocional y social, y previene la aparición de consecuencias psicológicas que podrían derivar en trastornos de salud mental. Así, el docente se convierte en un agente clave de prevención, inclusión y cuidado integral, en línea con los principios de la educación neuroeducativa y psicopedagógica actual.
Un docente debidamente capacitado puede identificar tempranamente los desajustes del aprendizaje, intervenir adecuadamente y adaptar sus estrategias pedagógicas para acompañar al estudiante en su proceso de mejora. Como afirma Claudia Messing, “el maestro preparado no solo enseña, también cuida, comprende y actúa como un puente entre el alumno y su posibilidad de aprender”. Amanda Céspedes, neuropsiquiatra infantil, señala: “hay una brecha entre lo que el niño sabe y lo que logra expresar. Esa discrepancia debe ser interpretada, no castigada”.
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Desajustes, salud mental y consecuencias si no se actúa a tiempo
Patricia Sarlé, psicopedagoga argentina, lo expresa con claridad: “detectar a tiempo las dificultades de aprendizaje no es solo una necesidad pedagógica, sino un acto de justicia educativa”. También advierte que “los problemas de aprendizaje no atendidos a tiempo pueden desencadenar síntomas emocionales o conductas desajustadas que derivan en cuadros de sufrimiento psíquico”.
Ignorar las señales o carecer de preparación para reconocerlas puede traer consecuencias graves: ansiedad, apatía, abulia, procrastinación, depresión, problemas de concentración, insomnio, bajo rendimiento, aislamiento social, agresividad y desórdenes de conducta. En los casos más extremos, pueden derivar en intentos de suicidio, consumo de drogas o conductas delictivas. Por ello, actuar a tiempo y en conjunto con las familias es vital para proteger a nuestros niños y adolescentes.
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Un docente preparado no solo identifica las dificultades: sabe cómo abordarlas, ajustando sus estrategias a las necesidades de cada estudiante, y articulando con profesionales como psicólogos o psicopedagogos. Rafael Bisquerra, referente en educación emocional, sostiene que “si no se interviene a tiempo, una dificultad de aprendizaje puede convertirse en una herida emocional crónica”. Por eso necesitamos en las aulas profesores atentos para detectar a tiempo esos desajustes.
El acceso a ayuda oportuna permite que los estudiantes superen obstáculos, desarrollen su potencial académico y prevengan alteraciones emocionales duraderas. La integración entre pedagogía y neurociencia mejora la calidad de la enseñanza y potencia los procesos de aprendizaje.
La salud mental, pilar del aprendizaje
La salud mental no se limita a la ausencia de trastornos; implica armonía emocional, capacidad para manejar el estrés y relaciones positivas. Estas condiciones influyen profundamente en cómo un estudiante aprende y se vincula con los demás, tanto en la escuela como en el hogar.
El psicólogo colombiano William Jiménez afirma: “un profesor atento puede cambiar una vida. No solo enseña contenidos, sino que detecta silencios, angustias y necesidades invisibles”. El cuidado de la salud mental incluye hábitos saludables, gestión emocional, redes de apoyo y, en casos necesarios, el acceso a atención psicológica o psiquiátrica profesional.
Una propuesta urgente y posible
Conscientes de la urgencia que esto representa -en mayor o menor medida según el contexto educativo-, esta publicación busca impulsar la formación y el empoderamiento docente como un pilar fundamental para atender la salud mental y los desajustes del aprendizaje desde la escuela. Al fomentar activamente el compromiso y la capacitación de los educadores en estas temáticas críticas, aspiramos a contribuir a una mejor calidad de vida y bienestar integral de nuestros estudiantes. Esto impacta no solo en su presente, sino en el desarrollo de una sociedad más empática, justa y saludable.
Redacción | Web del Maestro CMF






