Son muchas las preguntas e incertidumbres que flotan en el aire en medio de esta coyuntura sobre el futuro. Sin embargo, parece haber solo dos caminos por tomar una vez se termine la pandemia: volver ‘a lo de siempre’ o el camino que conduce a nuevas ideas. De esta disyuntiva no está exenta la educación. La pandemia de la covid-19 ha puesto de relieve cuestiones arraigadas que se remontan a 200 años en el sistema educativo global, desde la desigualdad de financiación entre las escuelas hasta la falta de enfoque en el bienestar emocional, con muchos matices de por medio.
Entonces, y como se pregunta Conrad Hughes, director de campus y educación secundaria de La Grande Boissière, Escuela Internacional de Ginebra, en un artículo para el Foro Mundial Económico: “¿Volveremos al aprendizaje pasivo tradicional frente a un tablero, o nos moveremos a un nuevo camino centrado en el bienestar de los estudiantes y en la reducción de las profundas desigualdades del aprendizaje global? ¿Qué camino tomarán los educadores y las escuelas, los padres y los estudiantes, los gobiernos, la humanidad?”.
Todo parece indicar que sí habrá un cambio. Hace unas semanas, el Grupo Atlantis –un cuerpo de 26 exministros de Educación y jefes de gobierno de todo el mundo–, señaló: “La pandemia mundial a causa del coronavirus representa el desafío más importante para la educación en todo el mundo desde la Segunda Guerra Mundial”.
Y es que la magnitud del hito es que la mayoría de los gobiernos del mundo cerraron temporalmente las escuelas y las instituciones educativas como una de las medidas para evitar la propagación del nuevo coronavirus. En un punto, la cifra superó los 1.500 millones de estudiantes y los 63 millones de docentes afectados por cierres en todo el sistema en 191 países.
Lo que destapó la pandemia
La mayoría de esos niños y profesores se fueron a sus casas y, por medio de diversas estrategias, principalmente la virtualidad, se intentó continuar con el proceso educativo.
Sin embargo, esto dejó en evidencia las mayores fragilidades del sistema: las muchas deficiencias e inequidades en los sistemas educativos, desde la banda ancha y las computadoras necesarias para la educación en línea, pasando por los entornos de apoyo necesarios para enfocarse en el aprendizaje, hasta las dificultades encontradas para alinear los recursos de enseñanza con las necesidades.
En palabras de Andreas Schleicher, director de Educación en la Ocde: “Los estudiantes privilegiados consiguieron sortear rápidamente las puertas cerradas de los centros y encontrar vías hacia oportunidades de aprendizaje alternativas apoyados por sus padres y deseosos de aprender; los de familias desfavorecidas se quedaron fuera cuando las escuelas cerraron”.
Cifras de la Unesco lo demuestran. La mitad del total de los alumnos en el mundo –unos 826 millones de estudiantes– que no pueden asistir a la escuela debido a la pandemia, no tienen acceso a una computadora en el hogar y el 43 % (706 millones) no tienen internet.
Incluso para los maestros de países que poseen una infraestructura fiable de tecnología en los hogares, la rápida transición al aprendizaje en línea ha sido complicada. En el caso de los profesores de las regiones en las que el acceso a las TIC y otras metodologías de aprendizaje a distancia es más reducido, la transición
ha sido aún más difícil o hasta imposible.
De acuerdo con el profesor Luis Miguel Bermúdez –elegido como uno de los diez mejores profesores del mundo–, varios de sus estudiantes del colegio distrital Gerardo Paredes en la localidad de Suba, Bogotá, no tienen las herramientas tecnológicas para las clases virtuales.
“Muchos son hijos de vendedores ambulantes, no tienen los recursos para tener un computador”, dice el profesor.
En medio de esto, el docente también se dio cuenta de que no es cierto lo que dicen de que “los niños, niñas y adolescentes son nativos digitales”. Explica que se tiene esa idea porque usan redes sociales; sin embargo, solo eso saben hacer. “Tenemos un analfabetismo virtual impresionante”, advierte.
Otro punto que ha quedado en evidencia es que los estudiantes, los padres y los maestros se han dado cuenta de lo agotador que es estar en las pantallas todo el día, es decir, la virtualidad no es la respuesta ni es el futuro. “El aprendizaje remoto nos ha recordado que un aprendizaje poderoso solo puede ocurrir cuando estamos comprometidos, enérgicos y enfocados. Si se trata de completar horas, entonces estamos perdiendo el punto”, resalta un artículo del Foro Económico Mundial.
Investigadores de la Universidad de Pekín han dicho que “las sesiones en línea entre 15 y 30 minutos son más efectivas”. Esto debe causar cierta reflexión sobre cuán efectivos son los modelos actuales de educación en los que los estudiantes están en las aulas durante horas y horas con pocos descansos.
Es realmente desgastante. Diego lo sabe. Una noche después de un largo día tuvo que salir a respirar un momento porque estaba agotado. Ya ni sabía cuántas semanas habían pasado desde que el colegio cerró y mandó a sus dos hijas a la casa. Sentía cansancio físico, mental y emocional porque además de cumplir con su rol de papá, debía cocinar, trabajar y ser profesor. Sin duda, esta última era la labor que más desgastado lo tenía.
“Yo no soy profesor”, dice, y se pregunta: “¿Seguirá la educación virtual? Pero ¿cómo será el regreso a clase? ¿Será seguro para mis hijas? ¿Qué tipo de educación quiero yo para ellas?”.
Pero más allá de esto, el principal reto al que se ha enfrentado es a la violencia que están viviendo los niños, niñas y adolescentes en sus casas. “Nos dimos cuenta de que teníamos que fortalecerlos en habilidades socioemocionales, en pensamiento crítico, en las habilidades para el siglo XXI. Pero, sobre todo, empoderarlos para que puedan defender sus derechos. Los padres tienen en sus cabezas esa idea de que la letra con sangre entra, entonces presionan a los niños por medio de la violencia psicológica y física”, dice el Foro Económico Mundial.
Durante este tiempo, las escuelas han entendido que esto no es solo aprendizaje remoto, es aprendizaje durante una pandemia. La ansiedad, la incertidumbre, el miedo y el aislamiento se han vuelto más frecuentes.
Mientras Diego se cogía la cabeza del cansancio, Isabela no estaba lejos de llegar a ese punto. Serían más de las ocho de la noche y ella seguía haciendo tareas después de haber estado en clases virtuales durante todo el día. Estaba cansada, las clases virtuales duran demasiado tiempo y los profesores les ponen demasiados trabajos. “Para esta semana tengo 13 tareas, no me alcanza el tiempo”, dice la adolescente de 12 años, y advierte: “Siento que sí estoy más estresada, a veces creo que no puedo”.
En medio de todo, asegura sentirse bien porque está con su familia, pero extraña a sus amigas, poder preguntarles directamente a las profesoras las dudas que tiene en lugar de hacerlo por correo. “¿Cuándo volveré a ver a mis amigas? ¿Cómo será cuando las vuelva a ver? ¿Cómo serán las clases?”, se cuestiona.
Según Unicef, mantener el ritual de la escuela, con sus registros y momentos de interacción social y que los estudiantes se mantengan en contacto con sus compañeros y amigos es psicológicamente importante durante esta crisis.
Esto plantea la cuestión de si las reglas del aula en la mayoría de las escuelas son conscientes de las necesidades sociales y emocionales básicas de los niños. Existe el riesgo de que al centrarse solo en lo académico, las escuelas se olviden de que el bienestar debe ser lo primero.
Una oportunidad única
El doctor Yong Zhao, además de ser un erudito, autor y orador internacionalmente conocido, específicamente en temas como las implicaciones de la globalización y la tecnología en la educación, es también un convencido de que esta crisis es una oportunidad casi que única para replantear la forma como se educa.
Aunque advierte que, “desafortunadamente, el deseo dominante fuera del grupo de educadores innovadores es regresar a la misma escuela y la misma educación”.
Zhao señala varios puntos por los cuales esta es una rara oportunidad de examinar lo que siempre se ha intentando enseñar. Según explica, primero, porque la pandemia forzó la cancelación de muchos exámenes, eliminando así la presión para enseñar por la prueba. En segundo lugar, porque las admisiones universitarias se empezaron a basar en otras evidencias que no sean los puntajes en los exámenes.
El tercer punto es que los gobiernos, si son razonables, no pueden exigirles a las instituciones educativas que cumplan con sus planes de estudios prescritos antes de la crisis. Cuarto, porque la educación en línea no es propicia para ofrecer instrucción de alta calidad en algunas materias que tradicionalmente han sido más valoradas que otras.
A esto se suma que no es ético y es injusto responsabilizar a los estudiantes por no aprender las mismas cosas al mismo ritmo y evaluarlos con los mismos exámenes cuando sus entornos de aprendizaje son muy desiguales.
Y sexto, porque los padres y en general la sociedad están más preocupados por la seguridad física, el bienestar social y emocional que por el contenido académico.
El camino hacia el futuro
En medio de esta crisis de la covid-19, los educadores se preguntan para qué deben preparar a sus estudiantes en el futuro. Según un informe de Dell Technologies, el 85 % de los trabajos en 2030 en los que entrarán la generación Z y Alpha aún no se han inventado.
“La naturaleza de nuestras respuestas colectivas y sistémicas a las perturbaciones será lo que determine cómo nos afectarán. Hay un camino claro hacia adelante”, señala Schleicher.
Schleicher es un convencido de que esta es la oportunidad para educar a los estudiantes para su futuro, no para nuestro pasado. “Vivimos en un mundo en el que lo que es fácil de enseñar y evaluar también se ha convertido en fácil de digitalizar y automatizar. El reto del futuro consiste en armonizar la inteligencia artificial de los ordenadores con las capacidades cognitivas, sociales y emocionales y los valores de los humanos”.
En una investigación de la Ocde recién publicada sobre la educación después de la covid-19, en la que se plantean lineamientos de cómo debería darse este cambio, se resalta que la imaginación, la conciencia y el sentido de la responsabilidad serán los que ayuden a sacar partido de la tecnología para crear un mundo mejor. Y es que actualmente, el éxito en la educación tiene que ver con la identidad, la capacidad de intervención y las metas.
En ese mismo documento se señala que el problema para lograr el cambio reside en que desarrollar estas capacidades cognitivas, sociales y emocionales exige un enfoque muy diferente del aprendizaje y la enseñanza, y una nueva categoría de enseñantes. Y explica que en los contextos tradicionales en los que el propósito de la enseñanza es impartir conocimiento prefabricado, los sistemas educativos se pueden permitir una baja calidad del profesorado.
Y cuando esta es baja, los gobiernos suelen decir a sus enseñantes exactamente qué hacer y cómo quieren que se haga, utilizando una organización industrial del trabajo para obtener los resultados deseados. “El reto es convertir la docencia en una profesión de trabajadores del conocimiento avanzados que desempeñen su función con una gran autonomía profesional y dentro de una cultura de la colaboración”, dice el informe.
“En el pasado, el saber se recibía; en el futuro tiene que generarlo quien vaya a utilizarlo. Antes, la educación era básicamente temática; en el futuro deberá basarse más en proyectos, en construir experiencias que ayuden a los estudiantes a pensar más allá de los límites de las disciplinas temáticas”, señala Schleicher, y aclara: “El pasado era jerárquico; el futuro será colaborativo y reconocerá que tanto los enseñantes como los estudiantes son recursos y cocreadores”.
‘Resulta urgente avanzar hacia sistemas educativos resilientes y flexibles’
Mary Guinn, asesora de la Unesco en Educación para América Latina y el Caribe, expone los retos para la región.
¿Qué está dejando en evidencia la pandemia respecto al sistema educativo en la región?
Si ya antes de la crisis habíamos constatado la existencia de problemas estructurales de los sistemas educativos de la región, relacionados con desafíos de financiamiento, pertinencia e inclusión educativa, esta crisis nos plantea el urgente desafío de transformación hacia sistemas más resilientes y preparados. En este desafío, los principios de acceso, equidad, inclusión y calidad de la Agenda de Educación 2030 son más relevantes que nunca. Debemos poner el foco en las necesidades de los grupos más vulnerables y marginados, incluyendo a los 12 millones de niños y niñas que ya estaban fuera de la escuela antes del inicio de la pandemia.
El cierre de las escuelas y la implementación de modalidades de educación a distancia han puesto de manifiesto desigualdades estructurales.
Actualmente, muchos niños y niñas no pueden acceder a estas soluciones debido a diferentes motivos: brechas de acceso a internet y ausencia de dispositivos tecnológicos adecuados; ausencia de espacios seguros en sus hogares, especialmente en el caso de las niñas que deben, en muchas ocasiones, asumir actividades de cuidado o son víctimas de violencia y abuso sexual; existencia de hacinamiento, inseguridad alimentaria y condiciones de higiene precarias que dificultan la continuidad del aprendizaje; entre otras muchas situaciones.
¿Cuál debe ser el rol del sistema educativo en este momento?
Mantenerse, en la mejor de sus posibilidades, como un espacio de cuidado y protección y poniendo el foco en la continuidad del aprendizaje de los grupos más vulnerables y salvaguardando los aprendizajes ya logrados. En este sentido, la definición de un currículo prioritario y ajustado es esencial.
La pandemia está modificando muchas cosas, ¿cree que es el momento para replantear la forma tradicional de enseñanza-aprendizaje?
Habrá que repensar muchísimos elementos. De hecho, en muchos países, con la elaboración y expansión de programas de educación a distancia, se está avanzando en definiciones de contenidos que hay que priorizar y métodos para la entrega más factible y asequible. Asimismo, los métodos participativos de enseñanza –no bien instalados en muchos países antes de la pandemia– exigen más formación y preparación de los y las docentes, lo que nos indica una necesidad –y quizás una oportunidad– de fortalecer este aspecto de su formación. Este es un desafío mayor. En cuanto a la priorización de contenidos curriculares, vienen cambios en los sistemas de evaluación, como la postergación de pruebas estandarizadas. No nos deberá sorprender que el enfoque esté en los contenidos básicos de matemáticas, ciencias y lectura. Sin embargo, a pesar de las exigencias sin precedentes que implica la pandemia para los sistemas, en muchos países se reconoce y se priorizan los temas socioemocionales del aprendizaje, incorporando aspectos de la ciudadanía, el desarrollo sostenible, y otros temas transcendentales.
Hay que pensar que todos y todas estamos pasando por una experiencia traumática que nos asusta, pero que nos une de alguna manera, que nos hace más responsables del cuidado, el autocuidado, la responsabilidad y la solidaridad.
Estas lecciones no pueden perderse al regreso a clases.
¿Cómo formar a los profesores en los cambios educativos que se vienen?
Muchas y muchos docentes se están formando en la marcha y debido a su propia iniciativa, enfrentados a circunstancias inesperadas y extremas. En muy pocos países su formación inicial ha considerado aspectos de educación a distancia, ya sea en modalidades radiales, en línea o televisivas.
Además, las metodologías deben considerar herramientas específicas a distancia, distintas a las del manejo de aula. Actualmente, varios ministerios y organizaciones de la sociedad civil han elaborado materiales de apoyo que sirven de herramientas de enseñanza y apoyan las iniciativas y creatividad de las y los profesores.
¿Cómo debe ajustarse el sistema educativo latinoamericano a lo que llaman ‘nueva normalidad’?
Antes de la pandemia, el internet y la tecnología eran considerados esenciales para el desarrollo del sector de la educación, lo que en la actualidad es más patente que nunca. Más que en cualquier otro momento de la historia hay importantes avances e innovación en la educación a distancia a través de la utilización de nuevas tecnologías. Sin embargo, aún existen importantes desafíos para garantizar la equidad y la inclusión de la población más vulnerable y marginada. El estatus migratorio, la etnicidad, la geografía y la situación socioeconómica determinan las posibilidades de muchas personas para participar de esta modalidad. La posibilidad de una nueva normalidad deberá considerar el principio de ‘no dejar a nadie atrás’ no solo como un eslogan abstracto, sino como el eje central y organizador de los procesos educativos y la vida escolar.
Los ajustes deberán pasar también por una nueva mentalidad y cambio de paradigma. El contexto sanitario exigirá a los sistemas educativos estrechar sus lazos con el sector de la salud y fortalecer respuestas intersectoriales y coordinadas, especialmente en la planificación e implementación de los procesos de reapertura.
Si bien vemos que esta posibilidad aún parece lejana en nuestra región, es fundamental comenzar a trabajar y prepararnos para las siguientes etapas.
Resulta urgente avanzar hacia sistemas educativos resilientes y flexibles, con un enfoque en la preparación y que considere en su planificación sectorial las crisis como contextos ineludibles del mundo en el que vivimos.
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