Un estudio publicado en la revista académica Journal of Human Development and Capabilities advierte que los niños menores de 13 años no deberían tener un celular o teléfono inteligente. Según los investigadores, el uso temprano de los celulares se asocia con mayores riesgos de desarrollar problemas de salud mental en la adolescencia y adultez, como pensamientos suicidas, baja autoestima, dificultades para concentrarse y alteraciones del sueño.
El informe concluye que alrededor del 40% de estos efectos se relacionan directamente con la exposición temprana a las redes sociales, un entorno que puede convertirse en una fuente de comparación constante, presión social y ciberacoso.
La psicóloga especialista en adolescencia Florencia Alfie explica que “el cerebro de un niño no está preparado para procesar la sobreestimulación digital que ofrece un smartphone, porque aún se encuentra en desarrollo y es especialmente sensible a las influencias externas”. Las pantallas, con su flujo incesante de imágenes y recompensas inmediatas, entrenan al cerebro para esperar estímulos rápidos y constantes, lo que puede dificultar la atención sostenida, la lectura o el aprendizaje en clase.
Además, el exceso de tiempo frente a la pantalla reduce las interacciones cara a cara, esenciales para desarrollar habilidades como la empatía, la tolerancia a la frustración y la resolución de conflictos.
Una exposición cada vez más temprana
Los datos del estudio Kids Online Argentina 2025, de UNICEF y UNESCO, revelan una situación preocupante:
- El 83% de los niños entre 9 y 11 años ya tiene su primer celular.
- La edad promedio de inicio es de apenas 9,6 años.
- Solo el 60% sabe distinguir información confiable, y apenas un 38% ha recibido educación sobre seguridad digital.
Esta exposición sin mediación los enfrenta a contenidos inapropiados: publicaciones sobre cómo adelgazar (67%), ganar dinero fácil (64%) o incluso material sobre autolesiones y suicidio (31% y 27%, respectivamente).
Según Santiago Stura, coordinador de Comunicación Institucional de Faro Digital, “la intervención del mundo adulto es fundamental para cuidar lo que consumen los niños y para construir hábitos digitales más lentos y saludables”. Subraya que no basta con prohibir o permitir: se necesita educar en ciudadanía digital, enseñar a pensar críticamente y establecer límites claros sin demonizar la tecnología.
Ni prohibición ni permisividad: acompañamiento consciente
La psicoanalista Ornella Benedetti, cofundadora de RedPsi, sostiene que el problema no es el teléfono en sí, sino “el modo y el momento en que entra en la vida del niño”. Si llega demasiado pronto, puede ocupar el espacio destinado al juego, al aburrimiento creativo y a la interacción con otros. La consecuencia: niños irritables, con alteraciones del sueño y tendencia al aislamiento.
Benedetti recuerda que la prohibición total suele generar más deseo, mientras que la ausencia de límites deja a los niños expuestos a dinámicas que no comprenden. Por eso, propone una educación digital acompañada, con diálogo y presencia adulta, evitando que el dispositivo se convierta en un sustituto del afecto o de la comunicación familiar.
En muchos hogares, la tecnología actúa como un refugio frente a conflictos, soledad o falta de atención. Pero el problema de fondo no siempre es el dispositivo, sino el contexto emocional que rodea al niño.
Aprender a distinguir entre uso recreativo y uso problemático
El uso recreativo del celular se da cuando no interfiere con el descanso, la escuela o los vínculos sociales, y el niño es capaz de decidir cuándo empezar y cuándo parar. En cambio, el uso problemático aparece cuando el dispositivo sustituye otras actividades esenciales, como hacer la tarea, socializar o dormir, y cuando la tecnología se usa para escapar del malestar emocional.
Los signos de alerta incluyen cambios de humor al no tener acceso al dispositivo, insomnio, sedentarismo, pérdida de interés por actividades offline y dificultades en la higiene o alimentación.
Hacia una crianza digital responsable
Los expertos coinciden en que los niños tienen derecho a participar del mundo digital, pero necesitan acompañamiento, gradualidad y límites. La educación no consiste solo en enseñar a usar la tecnología, sino en formar criterio y autocontrol emocional.
Para ello, los adultos deben cuidar los tiempos y espacios donde la conexión digital no tiene lugar: la cena familiar, la hora de dormir o el juego compartido.
Es en esos momentos donde se construye lo que ninguna red puede reemplazar: la presencia, la conversación y el vínculo humano.
La sobreexposición temprana a los celulares no solo afecta la atención o el sueño: moldea el cerebro, la forma de relacionarse y de aprender. No se trata de prohibir, sino de acompañar, enseñar y poner límites con afecto y coherencia. La educación digital comienza en casa, con adultos conscientes de que un clic a destiempo puede tener consecuencias profundas en el desarrollo emocional y mental de los más jóvenes.
Redacción | Web del Maestro CMF





