Alejandro Castro Santander: la violencia escolar es una conducta aprendida de los adultos

Alejandro Castro Santander advierte que cuando los mayores naturalizan el maltrato, la agresión y la intolerancia, los niños reproducen esas conductas en el aula. Por eso, afirma, para erradicar la violencia escolar primero debemos sanar al adulto y reconstruir su ejemplo.

El especialista en educación y convivencia escolar, Alejandro Castro Santander, advierte que la violencia en las escuelas no es un fenómeno aislado ni espontáneo, sino una conducta aprendida de los adultos. Según explica, los niños reproducen lo que observan: el modo en que los adultos discuten, se relacionan, enfrentan los conflictos y gestionan sus emociones. Desde los discursos agresivos en la política hasta los comportamientos en la calle, los medios y las redes sociales, los adultos estamos transmitiendo modelos de intolerancia, desprecio y violencia.

Castro Santander sostiene que los estudiantes “naturalizan” la violencia, lo que significa que ya no la perciben como algo anormal. Esta normalización se refleja en pruebas internacionales como PISA o en las evaluaciones Aprender, donde los alumnos reportan altos niveles de agresión o discriminación y, al mismo tiempo, aseguran sentirse bien en la escuela. Para el experto, este contraste demuestra que muchos actos violentos son vistos como parte de lo cotidiano.

La familia y la escuela: una alianza urgente

El director del Observatorio de la Convivencia Escolar subraya que no se puede entender la violencia escolar sin incluir a la familia. Los entornos familiares disfuncionales explican hasta el 70 % de los casos de bullying y cerca del 60 % de las variaciones en el rendimiento y la conducta de los alumnos. Por eso, Castro Santander insiste en que el trabajo preventivo debe ser multidimensional, involucrando simultáneamente a la escuela, las familias, los docentes, los estudiantes y el entorno social.

El objetivo, según su enfoque, no es solo evitar la violencia, sino construir un ecosistema educativo saludable donde la convivencia, el respeto y el bienestar emocional sean pilares del aprendizaje. La prevención no puede ser tarea exclusiva de la escuela ni puede reducirse a campañas aisladas: requiere un compromiso sostenido y coordinado entre todos los actores.

El desafío de la salud mental en el sistema educativo

Otro punto crítico que el experto destaca es la salud mental de los docentes y los estudiantes. Si bien los datos sobre el bienestar psicológico del profesorado son más conocidos, el tema de la salud mental infantil y adolescente continúa siendo poco tratado desde el ámbito educativo.

Castro Santander recuerda que, tras la pandemia, aumentaron las señales de alerta —como el incremento de intentos de suicidio y trastornos emocionales— sin que existan políticas escolares suficientemente sólidas para detectarlos y atenderlos a tiempo. Los síntomas suelen confundirse con “crisis de adolescencia”, y esto retrasa la intervención. La escuela y la familia deberían ser los primeros espacios capaces de advertir los signos de malestar, pero aún falta formación, recursos y sensibilidad institucional para hacerlo.

La escuela: espacio de encuentro o de conflicto

El especialista también señala que la violencia no se origina dentro de la escuela, sino que entra con las personas que la habitan. La convivencia escolar depende directamente del clima que se construye cada día entre alumnos, docentes y familias. Una escuela vacía —dice con ironía— es una “escuela de paz”, porque sin vínculos no hay conflicto.

El desafío es convertir la convivencia en un eje de la calidad educativa, al mismo nivel que la enseñanza de lengua o matemática. Ignorar el clima escolar significa poner en riesgo la permanencia de los estudiantes, su desarrollo personal y su aprendizaje. La violencia, en cambio, desmotiva, provoca abandono y deteriora el vínculo pedagógico.

Los líderes como modelo: el efecto espejo

Castro Santander hace una crítica directa a la clase política y a los líderes sociales: “Cuando un presidente ejerce bullying, insulta y agrede a quien piensa distinto, está dando permiso simbólico para que los niños hagan lo mismo”. Lo mismo ocurre con legisladores o figuras mediáticas que promueven la agresión como forma de debate.

La sociedad, dice, no puede pedir respeto en las aulas si los adultos no lo practican fuera de ellas. Los niños aprenden de lo que ven, no de lo que se les dice. En ese sentido, la violencia verbal y simbólica en los espacios públicos se traslada a la escuela, generando una espiral que perpetúa la intolerancia y el conflicto.

Cambiar la ecuación: sanar al adulto para educar al niño

Para el especialista, la salida comienza por los adultos. Es necesario reconocer el propio rol en la transmisión de la violencia y dejar de naturalizar el maltrato —físico, verbal o emocional— como algo inevitable. “Si la violencia es una conducta aprendida, también puede desaprenderse”, afirma.

El cambio implica reconstruir ambientes familiares y escolares de bienestar, donde predominen la empatía, el respeto y la contención. Esto no se logra con discursos, sino con ejemplos cotidianos. Solo si los adultos aprenden a convivir de manera sana podrán enseñar a los niños a hacerlo.

En definitiva, la violencia escolar no nace en la escuela, sino que la atraviesa. Y solo una sociedad que asuma su responsabilidad colectiva —desde las familias hasta las autoridades— podrá ofrecer a las nuevas generaciones un modelo distinto: uno basado en el diálogo, la cooperación y la paz.

Redacción | Web del Maestro CMF


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