Detrás de los puntos suspensivos, podría referirme al libro “Al filo de la navaja”, publicado en 1944, su autor W. Somerset Maugham o “Al filo de un cuchillo”, nombre de una canción de Enrique Bunbury, cantante, compositor y músico español, pero no es la ocasión aunque tocaré un tema escabroso que pudiera tener tanto filo como el cuchillo o la navaja (éste último también considerado cuchillo) en la educación y en la enseñanza y lo es la subjetividad de una evaluación final a un estudiante, concretada en un número o una letra, y que dicho resultado determine – con la mayor aproximación posible – el aprendizaje real alcanzado y sobretodo demostrado.
Un estudiante que sea evaluado de forma sistemática y que les sea entregado de sus resultados cotidianamente, analizado y convencido de sus resultados cualquiera fuese, no le puede sorprender en ningún momento, su desempeño a lo largo del período que se imparta la asignatura (a través de y al final de).
Serían graves los errores, si solo se evalúa con exámenes (¿4 en un semestre?) y cuyos resultados no se entreguen, peor de los casos cuando se realiza un solo examen final (y para colmo cuando la asignatura es eminentemente práctica) y todo dependerá del “sprint (correr a toda velocidad) final”, con el propósito de dejar que el estudiante “se defienda”, una oportunidad más”.
La “nota” no solo tienen un fin donde se pasa a un acta y punto final, no; la nota va acompañada de factores educativos donde se miden otros aspectos como son: el esfuerzo del estudiante, el trabajo en equipo, la participación individual, la puntualidad (no solo de llegar a tiempo a clase, sino en la entrega de trabajos), en la honestidad, en el respeto hacia el docente y a sus compañeros, en la toma de notas, en la atención que presta a la clase, lo cual nos reafirma que la evaluación constituye un proceso.
En la medida que los estudiantes crecen en edad a través de los diferentes subsistemas de educación, suele ser una práctica común que un buen porcentaje de los padres se alejan de la escuela, colegio o universidad. La primaria constituye un nivel de enseñanza privilegiado, llevan los niños a la escuela, los padres no solo les revisan las tareas, sino que hasta coparticipan, inclusive al día siguiente están preocupados del cual fue su nota; en el nivel de la enseñanza media la atención se reduce, un poco más para alcanzar el bachillerato y el caso crítico y tan necesario lo son los primeros años de la universidad. Los chicos se trasladan por su cuenta, los llevan o los dejan a la entrada del recinto, regresan y pocos son los que preguntan “…como te fue… ”y la respuesta: “…bien…”
Como parte del rol de los docentes, nos corresponde juzgar, tomar decisiones, situaciones en ocasiones nada sencillas y a la vez complejas, pero les recuerdo que una nota que se otorga y que no se ajusta a la realidad, bien sea por una reclamación de los padres que piden “clemencia” u otros motivos echa por tierra el trabajo del docente en “un dos por tres”, que pensando que hace un bien, verazmente lo que genera es un gran daño, al estudiante, a los padres, a la institución misma.
Los estudiantes – sin importar edad – solemos tener siempre en nuestra memoria a los y las docentes más exigentes, los que nos comprendieron y nos hicieron sacrificar horas de sueño y de diversión, a los que nos educaron; a los otros que fueron superficiales y cuya nota me sorprendió acorde a mi mal desempeño, sencillamente no los recuerdo.
Autor: Ernesto Gonzalez , ciudadano nicaragüense, nacido en Cuba. Experiencia laboral: Lic. en Ciencias Pedagógicas con mención en química. 40 años de experiencia como docente en los niveles de educación media y superior; cursos de posgrado propios de la especialidad y en pedagogía; autor de libros de texto para la enseñanza media tanto en ciencias naturales, como sociales. Articulista para los periódicos La Prensa, El Nuevo Diario (nicaragüenses 2000-2008), actualmente para el periódico El Siglo 21 guatemalteco. Correo electrónico: [email protected] Cuenta de twitter: @gonzlez_ernesto |
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