El lastre de la burocracia: cuando enseñar pasa a segundo plano

Cada vez más docentes alzan la voz contra un enemigo silencioso que está erosionando la calidad de la educación: la burocracia. Lo que debería ser un sistema ágil y funcional que respalde la labor del profesorado se ha convertido en una red de trámites, papeleos y formularios que roban tiempo, energía y sentido común. En vez de estar dedicados a enseñar, los profesores invierten horas justificando hasta la plastilina que usan en clase.

Comprar plastilina… con autorización

El ejemplo puede parecer anecdótico, pero no lo es. Una maestra de segundo de Primaria quiere enseñar el sistema solar construyendo un pequeño planetario con plastilina y cartulinas. Según la normativa, debe solicitar autorización previa, esperar aprobación, o bien comprar el material con dinero propio y presentar boletas, formularios y más papeleo para que, si tiene suerte, se lo reembolsen semanas después. Por eso, muchas veces prefieren pagar de su bolsillo. Lo mismo ocurre si se terminan las tizas, marcadores o papel para impresora. Es una lógica absurda: el sistema obliga a mendigar recursos básicos en lugar de facilitarlos.

Expulsar a un alumno: castigo para el profesor

En Secundaria, la situación no mejora. Si un estudiante debe ser retirado del aula por conducta inapropiada, comienza un proceso que desborda lo razonable. El docente debe detallar por escrito qué ocurrió, a qué hora, cómo intervino antes de tomar la decisión, qué hacían los demás alumnos, y hasta preparar tres copias del informe: para la secretaría, el tutor y la familia. Además, debe llamar a los padres y, si estos no están de acuerdo, enfrentarse a una nueva cadena de trámites ante la Inspección Educativa. En la práctica, el mensaje es claro: expulsar a un alumno es más problemático para el maestro que para el infractor.

Revisar un examen… ante la administración

La revisión de un examen tampoco escapa a este entorno de sospecha y desconfianza institucional. Si un alumno suspende y su familia reclama, el docente debe armar un dossier de hasta 50 páginas para justificar la pertinencia de cada pregunta, detallar cómo enseñó ese contenido, y argumentar por qué era relevante evaluarlo. Es, literalmente, un examen a los profesores. En lugar de asumir que un profesional ha hecho su trabajo con criterio, se lo obliga a probarlo como si fuera culpable de una falta.

Clases extraordinarias: solo si se informaron meses antes

Innovar también está mal visto… si no se documentó con meses de antelación. Una profesora de Biología desea hacer una práctica en el laboratorio con corazones de vaca. Aunque lo organice como parte del temario, si no lo incluyó explícitamente en su planificación de septiembre, deberá justificar la actividad como una clase “extraordinaria”. Otra vez, aparece el papeleo. ¿El resultado? Muchos profesores prefieren comprar el material y asumir el costo económico para evitar la carga administrativa.

Banco de libros: una auditoría anual para el docente

Incluso tareas que deberían ser un apoyo, como el banco de libros, se transforman en una carga. Al final de cada año, los tutores deben recoger, revisar y clasificar los libros de cada estudiante, uno por uno. Si un tutor tiene 20 alumnos con 5 asignaturas, eso significa revisar 100 libros, página a página, verificando daños y cotejando con los registros. Una labor tediosa, repetitiva y totalmente desvinculada de la función pedagógica.

Reflexión final

No se trata de pedir impunidad ni improvisación en las escuelas. Los controles son necesarios. Pero lo que está ocurriendo hoy es una sobrerregulación que asfixia la profesión docente. La burocracia escolar ha dejado de ser un respaldo administrativo para convertirse en un obstáculo sistémico. Cuando se obliga a los maestros a justificar cada tiza, cada decisión pedagógica, cada acción disciplinaria, se transmite un mensaje de desconfianza y se reduce el tiempo disponible para lo esencial: enseñar.

¿Queremos buenos maestros o buenos burócratas?

La educación necesita menos formularios y más confianza, menos sospecha y más apoyo, menos trabas y más libertad pedagógica. Si no se alivia esta carga, el sistema seguirá expulsando a los mejores: aquellos que solo querían enseñar.

REDACCIÓN WEB DEÑ MAESTRO CMF 


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