Padres de 1965 vs Padres de 2025: La crisis silenciosa de la crianza

Hace seis décadas, los padres criaban con presencia. Su autoridad no venía de un grito, sino de una mirada. Su guía no se delegaba, se ejercía. No existían algoritmos, influencers ni tutoriales de crianza. Existía el tiempo. Existía el compromiso. Existía el sentido común. Se criaba con amor, sí, pero también con límites claros, con normas firmes y con una responsabilidad asumida sin atajos ni excusas.

En 2025, algo se quebró. Hoy vemos una generación de padres absortos en sus pantallas, creyendo que delegar es lo mismo que acompañar. Que entretener es lo mismo que educar. Que pagar cuentas es suficiente para ejercer la paternidad. Mientras tanto, sus hijos crecen expuestos a una avalancha de estímulos digitales, pero hambrientos de afecto real. Reciben likes, pero no abrazos. Tienen acceso a miles de contenidos, pero carecen de contención emocional. Están rodeados de pantallas, pero profundamente solos.

La niñera ahora es una tablet. El calmante emocional, un celular. El sustituto del juego, un video. Y cuando surgen problemas —cuando aparecen las rabietas, el bajo rendimiento, la apatía o la violencia—, la culpa siempre es de otro: del colegio, del profesor, del sistema, de la sociedad. Muy pocos padres se atreven a mirar hacia adentro y preguntarse: “¿Dónde estoy yo en todo esto?”.

Hoy, muchos padres están, pero no están. Ocupados, acelerados, estresados… pero con tiempo de sobra para redes sociales, para sus series, para sus notificaciones. La crianza se ha convertido en un apéndice de la rutina, en una tarea más entre tantas. Se educa desde la distancia, desde el descuido, desde la comodidad de no confrontar ni frustrar. Porque decir “no” incomoda. Porque poner límites genera tensión. Porque frustrar, hoy, se ha convertido en sinónimo de maltrato.

¿El resultado? Una generación de niños que crece sin brújula. Con mil estímulos, pero sin dirección. Niños hiperinformados, pero emocionalmente frágiles. Con acceso ilimitado al mundo, pero sin herramientas para habitarlo. Niños sin diálogo en la mesa, sin conexión con sus padres, sin referencias claras de lo que significa ser amado, corregido y acompañado.

No, la tecnología no es el enemigo. El problema es el vacío. La ausencia. La negligencia disfrazada de modernidad. Un niño abandonado a un algoritmo no se está criando: se está perdiendo. No educamos personas cuando cedemos la crianza a una pantalla. Criamos huérfanos digitales: niños conectados con todo el mundo, menos con quienes deberían sostenerlos.

Ser padre no es compartir fotos en redes. No es pagar el colegio y pensar que eso basta. Ser padre es estar. Es guiar. Es incomodar cuando hay que poner límites. Es dejar el celular para mirar a los ojos. Es sostener conversaciones incómodas. Es asumir el rol con valentía, incluso cuando no hay tiempo ni energía.

La infancia es un tren que no vuelve. Y lo que no se hace hoy, mañana ya será demasiado tarde.

Es hora de hablar claro, sin eufemismos ni paños fríos: Una sociedad que no defiende la presencia activa de sus padres está cavando su propia tumba. Porque sin padres presentes, no hay ni infancia, ni ciudadanía, ni futuro que se sostenga.

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF 


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