Miguel Martínez-González: Hay una epidemia de entontecimiento masivo por las pantallas

Miguel Martínez-González, uno de los epidemiólogos más destacados de España, catedrático de Salud Pública de la Universidad de Navarra y profesor visitante en la Universidad de Harvard, lanza una seria advertencia sobre los efectos devastadores de las pantallas en la salud mental y cognitiva de las nuevas generaciones. En una entrevista concedida a la periodista Olga R. Sanmartín para el diario El Mundo, Martínez-González detalla cómo el uso indiscriminado de dispositivos electrónicos está generando un verdadero problema de salud pública.

Un pacto inusual: volver al cuaderno y al bolígrafo

Cansado de ver a sus alumnos dispersos y distraídos en clase, el profesor decidió hace cuatro años instaurar una política radical: prohibir por completo el uso de dispositivos electrónicos en sus clases. A principios de cada curso, firma un pacto escrito con sus estudiantes —redactado en inglés, el idioma en que imparte sus clases— donde establece las reglas: no se permiten móviles, tabletas ni portátiles. A cambio, ofrece ventajas pedagógicas como clases particulares gratuitas, simuladores de exámenes, resúmenes diarios de las lecciones y participación en el diseño de la asignatura. El acuerdo es claro: quien incumple, es expulsado de clase. Si reincide, pierde todos los beneficios acordados.

El resultado ha sido rotundo: «Están agradecidos, más centrados y atentos», afirma. Según Martínez-González, eliminar las pantallas en el aula no solo mejora la atención, sino también el rendimiento académico, ya que los estudiantes vuelven a tomar apuntes a mano, una práctica que favorece el aprendizaje profundo y la retención de la información.

Las pantallas: un problema de salud pública de dimensiones inéditas

El diagnóstico de Martínez-González es demoledor: «Las pantallas están trastornando la salud pública y lesionando gravemente a una generación entera». El epidemiólogo detalla cómo el abuso de dispositivos digitales está relacionado con el aumento exponencial de problemas de salud mental, acoso, ciberacoso, deterioro de las relaciones sociales, déficit de atención, dificultades de aprendizaje y disminución del coeficiente intelectual. De hecho, afirma que en la última década se ha perdido más de un 5% de inteligencia, según las investigaciones disponibles.

A diferencia de quienes argumentan que el aumento de los diagnósticos obedece simplemente a una mayor conciencia de estas patologías, Martínez-González aplica el rigor de la inferencia causal, propia de la epidemiología: “No tengo ninguna duda de que la extensión del uso de los móviles con conexión a internet es una causa directa del aumento sin precedentes de los problemas de salud mental en los jóvenes”.

Los datos son alarmantes. Desde la masificación del smartphone, el suicidio ha superado a los accidentes de tráfico como primera causa de muerte entre los jóvenes. Además, la caída en los niveles de aprendizaje es evidente: los estudiantes llegan a la universidad con dificultades básicas de escritura y comprensión.

El error de sustituir los libros de texto por pantallas

En opinión de Martínez-González, la sustitución de libros físicos por dispositivos digitales en las escuelas fue un error impulsado por el entusiasmo tecnológico de la época, pero sin sustento científico sólido. Hoy, la evidencia acumulada demuestra que «las pantallas empeoran el aprendizaje». La capacidad de concentración de los alumnos se ve constantemente interrumpida por notificaciones, mensajes y múltiples formas de distracción, lo que dificulta el seguimiento de las clases y la comprensión de los contenidos.

«Las tabletas y los chromebooks para la docencia son armas de distracción masiva», resume con contundencia. Frente a estas distracciones digitales, ni el mejor profesor puede competir con el bombardeo constante de estímulos que provienen de las aplicaciones y las redes sociales.

Sin móvil hasta los 18: una propuesta que incomoda

Una de sus posturas más firmes —y polémicas— es que los menores no deberían tener acceso a móviles con conexión a internet hasta los 18 años. Para muchos, una propuesta extrema; para él, un paso lógico, similar al que en su día se dio para prohibir fumar en aviones o lugares públicos.

El argumento es neurocientífico: el cerebro de niños y adolescentes está en pleno desarrollo, “como cemento líquido”, y todo lo que se graba durante estos años deja huella permanente. La corteza prefrontal —encargada de la autorregulación, el juicio y el control de impulsos— no está suficientemente madura en la adolescencia como para resistir los mecanismos adictivos de las redes sociales, diseñadas precisamente para capturar la atención de forma obsesiva.

Incluso los adultos, con un cerebro mucho más desarrollado, experimentan dificultades para desengancharse del móvil. “A nadie se le ocurre que un chico de 15 años pueda votar o administrar un negocio. ¿Por qué entonces permitirles acceso irrestricto a un mundo digital sin normas?”, cuestiona.

Padres desinformados y una hipocresía digital

Martínez-González critica la actitud de muchos padres, que suelen ser hiperprotectores en lo físico pero hiperpermisivos en lo digital. Mientras controlan obsesivamente la dieta de sus hijos, ignorando aspectos mucho más graves, permiten que sus hijos consuman libremente contenidos en internet que incluyen desde pornografía extrema hasta violencia brutal. “Se preocupan de que sus hijos coman nueve frutas y verduras al día, pero no saben que en la habitación de al lado los niños están viendo zoofilia, incesto y violaciones en grupo”, alerta con crudeza.

Un problema al que apenas comenzamos a enfrentar

El problema, según el epidemiólogo, es aún más profundo porque las leyes siguen sin ponerse al día con la realidad tecnológica. Mientras los algoritmos digitales siguen siendo programados por equipos de expertos en psicología y neurociencia para maximizar la adicción, los jóvenes continúan expuestos a una presión para la cual no tienen defensas suficientes.

Martínez-González concluye su llamado con la claridad de quien observa el fenómeno con la distancia del científico y la preocupación del educador: «Lo que se ha hecho no tiene nombre. Ha sido una salvajada sin precedentes.»

Fuente: Olga R. Sanmartín, publicado en El Mundo

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF 


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