¿Qué significa realmente ser un padre sano? ¿Por qué los problemas emocionales de los adultos impactan tan profundamente en los hijos? ¿Qué relación existe entre el estrés, el TDAH y la crianza?
Erica Komisar, psicóloga y psicoanalista con más de 40 años de experiencia clínica, lleva décadas abordando estas preguntas. Autora de los libros Being There y Chicken Little: The Sky Isn’t Falling, colaboradora habitual de medios como The Wall Street Journal y The Washington Post, Komisar se ha convertido en una referencia internacional en temas de salud mental infantil, especialmente tras sus intervenciones virales en el pódcast Diary of a CEO. Su mensaje es claro y contundente: la salud emocional de los padres es el primer cimiento para el desarrollo saludable de los hijos.
La definición de un padre sano
Para Komisar, un padre sano es aquel que posee una autoestima auténtica —no grandiosidad ni narcisismo—, que se conoce a sí mismo, reconoce sus propias limitaciones y fortalezas, y puede regular sus emociones. Esta autorregulación es esencial: «Un padre sano sabe mantener la calma en medio de la tormenta», afirma. En vez de reaccionar con gritos o explosiones emocionales, logra estabilizar sus estados de ánimo y ofrece un modelo emocional equilibrado para sus hijos.
Pero no se trata solo de control emocional. La empatía y la sensibilidad son, según Komisar, los otros grandes pilares. «Los padres empáticos crían hijos sanos», sentencia. Ser empático no es complacer siempre al niño, sino validar sus emociones incluso cuando hay que establecer límites firmes.
¿Por qué los problemas emocionales de los padres afectan tanto a los hijos?
Komisar expone que los padres actúan como “contenedores” de las emociones de sus hijos, especialmente de la agresión y el miedo. Cuando un niño está enfadado o frustrado, necesita que un adulto le ayude a poner en palabras sus sentimientos y le enseñe a regularlos: “Puedes estar enfadado, pero eso no justifica golpear o lanzar cosas”, ejemplifica.
Si los padres no tienen esa capacidad de contención, los niños crecen sin aprender herramientas emocionales sólidas, lo que puede derivar en problemas de conducta, ansiedad, depresión o incluso diagnósticos de TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad).
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¿Qué está ocurriendo con el TDAH y por qué su diagnóstico se ha disparado?
En los últimos años, los diagnósticos de TDAH se han multiplicado de forma alarmante. Solo en Estados Unidos, alrededor de uno de cada nueve niños ha sido diagnosticado con este trastorno. Según Komisar, gran parte de estos diagnósticos no tienen un origen puramente genético o biológico, sino que son, en muchos casos, respuestas al estrés crónico infantil.
¿Es el TDAH realmente un trastorno o una respuesta adaptativa al estrés? Komisar sostiene que, en numerosos casos, el TDAH no es un trastorno neurológico en sí, sino una manifestación del sistema de «lucha o huida» activado de forma prematura y crónica en el cerebro de los niños debido a ambientes estresantes.
El elemento central en este proceso es la amígdala, una estructura cerebral que regula las respuestas de estrés. Cuando los bebés experimentan separación temprana de sus figuras de apego —por ejemplo, al ser enviados a guarderías desde muy pequeños, al ser dejados solos por largos periodos, o mediante métodos de entrenamiento de sueño que implican dejarlos llorar—, su amígdala se activa antes de lo que evolutivamente está preparado.
Esta hiperactivación prematura puede hacer que la amígdala crezca en exceso y luego pierda funcionalidad, dejando al niño en un estado de hipervigilancia constante, lo que explica muchos síntomas etiquetados como TDAH: dificultad para concentrarse, impulsividad, agresividad o ansiedad.
¿La genética tiene algo que ver?
Aunque algunos estudios indican que el TDAH podría tener un componente hereditario, Komisar matiza: no hay un gen directo para el TDAH. Lo que existe es una genética de la sensibilidad: ciertos niños nacen con variantes genéticas que los hacen más sensibles al estrés. Sin embargo, si estos niños reciben cuidados sensibles, presentes y empáticos durante sus primeros años de vida, esas predisposiciones pueden nunca activarse, gracias a los mecanismos de la epigenética.
«El ambiente de apego temprano puede neutralizar la expresión de esos genes sensibles», explica. Por el contrario, si el entorno es emocionalmente negligente, la predisposición se convierte en patología.
¿Qué factores cotidianos generan este estrés infantil?
Komisar enumera una larga lista de factores cotidianos que pueden desencadenar el estrés tóxico infantil:
- Separación temprana de los padres (guarderías precoces, largas horas sin figuras de apego).
- Divorcios y conflictos parentales.
- Enfrentamientos entre hermanos no gestionados con sensibilidad.
- Enfermedad mental o adicciones en los padres.
- Pérdidas familiares, mudanzas frecuentes, o fallecimientos de seres cercanos.
- Violencia en el entorno.
- Exigencias académicas excesivas y presión por el rendimiento.
«No podemos controlar todo lo que ocurre en la vida de nuestros hijos, pero sí podemos controlar los primeros años y nuestra disponibilidad emocional», enfatiza Komisar.
¿Qué propone Komisar frente al auge de la medicación?
Para la psicóloga, el enfoque actual de recurrir rápidamente a medicamentos es, en muchos casos, una forma de silenciar el dolor emocional de los niños sin abordar sus causas profundas. Aunque reconoce que los fármacos pueden ser útiles en algunos casos extremos, critica su uso generalizado como «solución rápida» y advierte de sus efectos secundarios: problemas de crecimiento, ansiedad, ataques de pánico o incluso depresión en el largo plazo.
«Estamos medicando la ansiedad no tratada. El TDAH es un balde donde arrojamos muchos casos de niños estresados sin explorar el origen de ese estrés», sostiene. Su propuesta es clara: en lugar de medicalizar, las familias deberían buscar orientación terapéutica para analizar los factores de estrés subyacentes.
¿Todos los traumas son grandes tragedias visibles?
Komisar distingue entre dos tipos de traumas: los grandes traumas (Big T), como abusos, violencia o pérdidas catastróficas; y los pequeños traumas (little t), mucho más frecuentes pero igualmente dañinos. Estos últimos incluyen negligencia emocional, falta de validación, padres emocionalmente ausentes o excesivamente narcisistas, y carencias afectivas más sutiles que muchas veces no se reconocen como traumas, pero dejan huellas profundas.
«Muchos de mis pacientes vienen de hogares estables económicamente, con padres presentes físicamente, pero emocionalmente ausentes o insensibles. Y es en ese terreno donde germinan muchos de los problemas de salud mental actuales», relata Komisar.
¿Qué podemos hacer como padres?
El mensaje final de Komisar no es de culpabilización, sino de invitación a la autoconciencia:
- Ser padres emocionalmente disponibles.
- Validar siempre las emociones de los hijos, incluso al poner límites.
- Evitar recurrir al «no» directo sin antes empatizar con lo que siente el niño.
- Buscar ayuda terapéutica cuando se identifiquen patrones de estrés, en lugar de acudir directamente a la medicación.
- Reconocer los pequeños traumas y trabajarlos a tiempo.
«Un padre sano cría hijos sanos», repite Komisar. No es una fórmula mágica, pero sí un camino exigente de trabajo personal, introspección, autorregulación y mucha empatía.
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF