Horror en EE.UU.: madre obliga a su hija de 4 años a estar de pie durante tres días y causa su muerte

Un caso estremecedor ha sacudido a la ciudad de Charlotte, Carolina del Norte (EE.UU.), luego de que se revelara que Malikah Bennett, madre de la pequeña Majelic Young, habría sometido a su hija de tan solo cuatro años a un castigo extremo que terminó con su vida.

Según los informes policiales, la niña fue obligada a permanecer de pie durante tres días consecutivos como castigo por haberse ensuciado. Durante ese tiempo no se le permitió sentarse, acostarse ni abandonar el lugar donde estaba siendo castigada, un lavadero dentro de la vivienda familiar.

Tras días de agotamiento físico extremo, Majelic colapsó y, al caer, se golpeó violentamente la cabeza contra el suelo. A pesar de que su madre intentó practicarle maniobras de reanimación cardiopulmonar, la niña falleció en el lugar.

Después de su muerte, Malikah Bennett procedió a ocultar el crimen. Según las autoridades, lavó el cuerpo de su hija, lo introdujo en bolsas de basura y mantuvo los restos durante varios días en el interior de una camioneta antes de finalmente enterrarlos en el patio trasero de la vivienda. El cuerpo permaneció allí enterrado durante meses.

El caso salió a la luz cuando una trabajadora social, preocupada por la desaparición de Majelic —a quien no veía desde hacía varios meses—, dio aviso a las autoridades. A raíz de la investigación, la policía realizó una inspección en la vivienda de Bennett y halló los restos de la niña en estado de descomposición.

En la orden de arresto se incluyen las declaraciones de la hermana mayor de Majelic, de 13 años, quien fue testigo de los hechos y brindó detalles escalofriantes sobre el castigo y el fallecimiento de la pequeña.

Durante una conferencia de prensa, el teniente Bryan Crum, del Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg, calificó el caso como «profundamente perturbador». «Muchos de nosotros somos padres y es muy difícil entender cómo alguien podría hacerle esto a su propio hijo, matarlo, enterrarlo y seguir con su vida como si nada», expresó Crum.

Malikah Bennett ha sido acusada de asesinato en primer grado y abuso infantil. Se encuentra detenida sin derecho a fianza, y hasta el momento no se ha declarado culpable. Según los registros judiciales, aún no cuenta con un abogado registrado que hable en su representación.

Este caso ha reabierto el debate sobre el abuso infantil, la violencia dentro del hogar y los límites entre disciplina y maltrato, dejando al descubierto una tragedia que ha conmocionado a la opinión pública en Estados Unidos y en el mundo.

Padres, antes de corregir a un niño, piense dos veces, el modo: Aislar e ignorar física y afectivamente al niño sólo logran que obedezca por miedo

Aislar e ignorar física y afectivamente al niño sólo logran que obedezca por miedo.

Una madre encadena a una farola a su hija de ocho años por faltar a clase, era el titular de la noticia publicada en este medio hace unos días. Estoy convencida de que la mayoría de los padres y madres que la leyeron pensaron que era una barbaridad. Sin embargo, y conviniendo con todos en que efectivamente lo es, yo quiero hoy hablar de otras formas de maltrato infantil cotidianas, normalizadas, asumidas por la mayoría de los que educan y que llamamos eufemísticamente castigo.

La forma en que castigamos a nuestros niños ha evolucionado en los últimos años, en los que el castigo físico es cada vez menor y peor visto, porque además es ilegal. Sin embargo, han aparecido formas aparentemente más benignas, como la famosa y generalizada “silla o rincón de pensar”. Este engendro gestado y parido por el conductismo más mohoso y maquillado no es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva. De todos los que somos padres o educadores es sabida la capacidad de reflexión que tiene un niño de tres o cuatro años sobre un suceso o una conducta inadecuada. Hagan el experimento y pregunten a un niño qué ha estado pensando después de estar un rato sentado en la silla de “pensar” y sin riesgo a equivocarme la mayoría le dirá que solo a que pasara el tiempo y le dejaran continuar su vida.

Eso, en el mejor de los casos, porque la silla de pensar es la silla del resentimiento y la confusión. Es una técnica punitiva, se trata de una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle de ningún tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe pensar si no es guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar inundado de ira o de frustración. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa.

Por el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un cojín preferido, un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después guiarle hacia una reflexión sobre lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa. Porque no se trata solo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la situación con las nuevas estrategias para que “ensaye” su puesta en marcha, o darle al botón imaginario del retroceso para tener la oportunidad de esta vez, hacerlo bien. Ellos necesitan saber cómo y es nuestra responsabilidad ayudarles. No expulsarles.

Nos han entrenado durante generaciones para pensar que el castigo, adecuadamente suministrado, es educativo. Y no lo hemos cuestionado. Desde la ciencia conductista que experimenta con perros y ratas de laboratorio, nos dijeron que el castigo modifica la conducta. Y es verdad. Al menos, en el caso de las ratas y los perros. La cuestión es que modificar la conducta no es educar, es adiestrar. Es hacer que el otro haga lo que es presuntamente correcto por miedo y por sumisión porque estoy ejerciendo una acción punitiva sobre él.

Hemos normalizado grandes dosis de violencia contra los niños en nombre de su educación, en el peligroso “por su bien”. Forma parte de la cotidianidad de los hogares la amenaza, la violencia verbal, el silencio, el chantaje, la sumisión. Hablo de una sociedad que entiende la educación y la crianza de forma vertical donde yo adulto, tengo la prerrogativa de administrar la dosis de respeto y dignidad hacia ti que por ser menor y/o saber menos que yo, estás por debajo. Hablo de una sociedad profundamente adultocentrista y violenta en su forma de vincularse y ejercer el poder. Hablo de miles de generaciones que han transmitido todo esto como la sangre que nos corre por las venas sin cuestionamiento alguno, porque cuestionar eso era cuestionar a quien lo ejerció sobre nosotros.

Las consecuencias del castigo

Pero además de que el castigo, en cualquiera de sus variantes, atenta contra la dignidad de quien lo recibe, intoxica el vínculo padre-hijo, produce resentimiento, anula el criterio, genera indefensión, conductas evitativas, y violencia, fragiliza una autoestima en construcción, genera ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico, simplista e ineficaz de educación, que ya no defenderían ni los conductistas más radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo después al comportamiento humano. El castigo modifica la conducta, es efectista y nos encanta porque crea el espejismo de que hemos sido capaces de corregir aquello que el niño ha hecho mal, víctimas de la inmediatez de todo lo que hoy nos ocupa. Educar es una carrera de fondo, que consiste básicamente en sembrar la motivación intrínseca en el propio niño para hacer lo que ha de hacerse. Con los castigos no se interioriza el aprendizaje a largo plazo, los niños solo obedecen por miedo y se dejan fuera las variables emocionales y cognitivas, que son básicamente el barro del que estamos hechos.

Se trata de construir cimientos sólidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en marionetas manejadas por la aprobación o desaprobación del entorno, siendo capaces de estimular el criterio propio y el sentido de la dignidad. Se trata de romper un círculo vicioso transmitido por generaciones donde hemos creído que para educar es necesario violentar, coartar, rescindir, amenazar, mientras que simultáneamente les ahorramos por sobreprotección la posibilidad de experimentar las consecuencias del error, construyendo sin querer una sociedad individualista, poco empática que nunca se pregunta el porqué de una mala conducta y solo tiende a eliminarla. Si educamos en el resentimiento obtendremos adultos con deseos de venganza que la ejercerán en cuanto se les brinde el poder para ello: como padres, como jefes, como vecinos, como individuos en definitiva que se relacionan con ese oscuro lugar.

La pregunta obvia entonces es que si no disponemos de esta herramienta tan socorrida para combatir el mal comportamiento, ¿cómo lo hacemos? Yo abogo por un modelo educativo basado en la prevención y en la comunicación emocional. Un modelo donde, por supuesto, hay límites razonados y donde no evito que el niño sienta las consecuencias naturales de un mal comportamiento. Son estas las que nos servirán de vehículo para la reflexión, acompañada y el aprendizaje a través de la experiencia, único aprendizaje verdadero que conduce al crecimiento sano y a la madurez. Un modelo que pone más luz en lo que se hace bien que en el error, un modelo donde dicho error es un recurso genuino y valioso para el aprendizaje, no algo a combatir.

REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF 


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