En el Reino Unido, un adolescente de 14 años fue aislado del resto de sus compañeros por llevar un peinado que el colegio consideró «extremo». Lealan Hague, alumno del Exmouth Community College, fue retirado del aula y enviado a una “sala de reflexión”, un espacio donde los estudiantes continúan las clases de forma individual como medida disciplinaria. ¿Su falta? Presentarse con el cabello trenzado, a pesar de haber llevado ese mismo corte —según su madre— durante más de una década sin inconvenientes.
El hecho desató una fuerte reacción por parte de su madre, Kirsty Hague, quien calificó la medida como una “broma absoluta” y señaló que su hijo tiene el mismo derecho que las niñas a llevar el pelo recogido en trenzas. “Juega rugby, se lo ató el fin de semana para que no le estorbara, le gustó cómo se veía y lo dejó así para ir al colegio. ¿Dónde está el problema?”, declaró a medios locales.
Más allá del estilo personal, Kirsty destacó que su hijo es uno de los mejores alumnos del colegio y que su rendimiento académico no se ve afectado por su apariencia. Su principal crítica apuntó a la arbitrariedad de una norma que permite a las niñas usar trenzas, pero penaliza a un niño por la misma razón.
Un patrón de medidas cuestionables
Este no es el primer desencuentro entre la familia y la institución educativa. En marzo, luego del confinamiento por la pandemia, Lealan volvió al colegio con un corte de pelo distinto debido a que las peluquerías estaban cerradas. Su madre, sin experiencia profesional, hizo lo que pudo con una máquina rota: rapó los costados y dejó el cabello más largo arriba. Por esa decisión, el joven también fue aislado durante su primer día de regreso a clases presenciales.
La experiencia resultó particularmente dolorosa para un alumno que había estado meses deseando reencontrarse con sus amigos tras el aislamiento. Para la familia Hague, estas medidas no sólo son desproporcionadas, sino que castigan injustamente a estudiantes por aspectos que no afectan ni su aprendizaje ni su comportamiento.

¿Uniformidad o discriminación?
El director del colegio, Andrew Davis, defendió la política de la institución señalando que las reglas de apariencia se comunican regularmente a las familias y que forman parte de los «altos estándares» esperados por la comunidad educativa. “Ayudan a preparar a los alumnos para el mundo”, argumentó.
Según Davis, el problema no era el uso de trenzas como tal, sino el contraste entre una sección muy pequeña de cabello trenzado en la parte superior y el rapado del resto de la cabeza, lo que habría constituido una «apariencia no aceptable» bajo las normas internas.
Sin embargo, el doble estándar es evidente. Si una niña puede asistir con el pelo recogido o trenzado, ¿por qué un niño no? ¿Hasta qué punto el concepto de “uniformidad” escolar justifica imponer restricciones que rozan la discriminación? ¿Cuál es el límite razonable entre formar a los alumnos en normas sociales y vulnerar su derecho a la individualidad?

Reflexión necesaria: educar no es homogeneizar
Este caso revela un conflicto recurrente en las instituciones educativas modernas: el choque entre la necesidad de mantener ciertas reglas y la urgencia de respetar la diversidad. La educación no puede seguir aferrada a viejos esquemas que castigan la diferencia bajo la excusa de formar carácter.
Peinados, estilos, colores de cabello, accesorios: lo que ayer era símbolo de rebeldía hoy puede ser expresión de identidad. En un contexto donde la salud mental de los adolescentes y su derecho a expresarse cobran cada vez más relevancia, el uso punitivo de normas estéticas se vuelve obsoleto y contraproducente.

No se trata de abolir las reglas, sino de revisarlas. De preguntarse si lo que estamos corrigiendo es realmente un problema, o simplemente una costumbre que no se ajusta a los moldes tradicionales. El verdadero desafío educativo está en enseñar a convivir con la diversidad, no en imponer la uniformidad.
Porque formar ciudadanos no es homogeneizar cabezas. Es abrirlas.
REDACCIÓN WEB DEL MAESTRO CMF