Durante años, buena parte del sistema educativo de El Salvador estuvo marcado por una sombra silenciosa: la violencia de las pandillas. En numerosos barrios, la escuela dejó de ser un refugio y se convirtió en una zona de riesgo. No pocos estudiantes temían algo más que reprobar un examen; temían llegar a casa.
En algunas comunidades, las pandillas controlaban los alrededores de los centros educativos e incluso ejercían influencia dentro de ellos. Los pasillos, los parques y las canchas donde antes se jugaba fútbol se transformaron en territorios vigilados. Las mochilas llevaban cuadernos, pero también miedo. Maestros y directores eran extorsionados, los padres dudaban en enviar a sus hijos, y los jóvenes crecían entre amenazas, silencios y reclutamientos forzados. Esa fue, durante años, una de las heridas menos visibles del país.
Un cambio visible en las aulas
Desde 2022, El Salvador ha vivido una transformación profunda impulsada por las políticas de seguridad del gobierno de Nayib Bukele. El régimen de excepción, la captura de miles de miembros de pandillas y el control territorial han tenido efectos que se extienden más allá de las calles: también han alcanzado las escuelas.
Medios nacionales como El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica, junto con agencias internacionales como Reuters y BBC Mundo, han documentado que muchas instituciones educativas han recuperado la calma. Las imágenes que hoy circulan muestran algo impensable hace unos años: alumnos con uniformes limpios, cabello ordenado y respeto hacia los maestros.
En distintos puntos del país, los directores aseguran que los estudiantes han vuelto a participar en desfiles, ferias científicas y actividades culturales, y que las familias retoman la confianza en el sistema escolar. Incluso se reporta la reapertura de algunos laboratorios y talleres que habían sido cerrados por motivos de seguridad.

Resultados y debate
Los resultados son palpables: las denuncias por amenazas y extorsión en entornos escolares han disminuido, y los índices de deserción —antes asociados a la violencia— han mostrado una tendencia a la baja, según datos del Ministerio de Educación salvadoreño.
Sin embargo, el cambio también ha generado debate. Organizaciones de derechos humanos han cuestionado el impacto del régimen de excepción, señalando detenciones arbitrarias y falta de debido proceso. Los defensores del modelo, por su parte, sostienen que sin seguridad no hay educación posible, y que por primera vez en décadas el país está recuperando su tejido escolar.
Entre la controversia y los resultados, un hecho se mantiene: los niños salvadoreños vuelven a estudiar sin miedo. Y esa conquista, más allá de las ideologías, representa un punto de inflexión en la historia reciente del país.
Educación y esperanza
La mejora en la seguridad ha devuelto algo más que tranquilidad: ha devuelto la esperanza. En las aulas, los docentes pueden enseñar con libertad, los alumnos participan con entusiasmo, y los padres comienzan a creer nuevamente en el valor de la educación pública.
El cambio no es solo estructural, sino emocional. Donde antes había desconfianza, hoy hay señales de recuperación del tejido humano y social. Porque cuando una nación logra que sus escuelas vuelvan a ser espacios seguros, no solo protege a sus niños: protege su futuro.
El Salvador está mostrando al mundo que el miedo no tiene que ser parte del aula. El desafío ahora será sostener esta transformación con equilibrio: combinar seguridad con derechos, disciplina con humanidad y control con confianza.
Si el país logra mantener ese delicado equilibrio, la frase “de salones controlados por pandillas a aulas llenas de esperanza” dejará de ser un eslogan… para convertirse en una realidad duradera.
Redacción | Web del Maestro CMF






