Juan Jesús Guerra Borja, Magister en Musicoterapia en la Universidad de La Rioja – España, licenciado en Psicología por la Universidad San Martín de Porres en Lima, Perú, y especializado en Evaluación e Intervención ABA en Trastorno del Espectro Autista en la Universidad Autónoma de Chile. También completó programas de especialización sobre «TDAH» y Estrategias Cotidianas para estudiantes de Primaria en la Universidad Estatal de Nueva York y la Universidad de Búfalo de Nueva York.
En una conversación con Web del Maestro CMF, el psicólogo y magíster en musicoterapia Juan Jesús Guerra reflexiona sobre los cambios en los modelos de crianza contemporáneos y el impacto emocional que estos generan en los niños. Desde su experiencia clínica, advierte que la búsqueda de una relación más cercana y empática entre padres e hijos, aunque positiva en principio, ha llevado a una confusión frecuente de roles. En esta entrevista, Guerra Borja analiza cómo el deseo de ser padres “modernos” y comprensivos puede derivar en dinámicas poco saludables, donde el adulto deja de ejercer su papel de guía y termina comportándose como un igual.
Tenemos padres que se comportan como hermanos de sus hijos e incluso actúan como adolescentes
Creo que es una consecuencia de varios cambios sociales y emocionales que han ocurrido en los últimos años. Antes, la figura del padre era mucho más autoritaria, más distante. Se respetaba por miedo, no por vínculo. Ahora, muchos padres buscan lo contrario, quieren acercarse, ser más empáticos, más comprensivos, que sus hijos los vean como personas accesibles, no como figuras rígidas.
Y eso, en principio, es algo positivo. Pero el problema aparece cuando ese deseo de cercanía se confunde con igualarse. Es decir, cuando el adulto deja de ser guía y pasa a comportarse como un compañero más. Lo veo muy seguido en consulta, padres que intentan ser los amigos de sus hijos, no porque no los amen, sino porque tienen miedo a que se alejen o a que no los tomen en cuenta. Entonces bajan la guardia emocionalmente, se ponen al mismo nivel, y terminan reaccionando con la misma impulsividad o frustración que los chicos.
A veces, sin darse cuenta, los padres se meten en discusiones que parecen más una pelea entre adolescentes que un diálogo entre adulto y niño. Y lo hacen porque quieren que el hijo los escuche, pero en realidad, lo que consiguen es que los hijos los perciban como uno más. Y cuando eso pasa, se pierde el rol de contención, que es algo que ningún hijo puede sustituir.
¿Y qué consecuencias puede tener ese tipo de dinámica dentro de la familia?
Muchas, y algunas muy sutiles. Cuando el adulto se pone al mismo nivel que el hijo, la relación pierde estructura. Los niños necesitan saber que hay alguien que marca el camino, alguien que les da seguridad, no que compite con ellos por tener la razón. Si el adulto grita cuando el niño grita, o se ofende cuando el niño se enoja, el mensaje que se transmite es que todos tienen el mismo nivel de madurez emocional.
Cuando los padres pierden su rol de guía, los docentes enfrentan en el aula lo que el hogar dejó sin estructura.
Juan Jesús Guerra.
Y claro, si el adulto no muestra contención, ¿quién sostiene el espacio emocional del hogar? Nadie. Entonces aparecen los conflictos: el niño aprende que el mundo se maneja desde la reacción, no desde la reflexión. A largo plazo, eso puede afectar la forma en que el hijo maneja sus emociones, sus relaciones y hasta su autoestima.
Hay algo muy importante: la autoridad no se construye con miedo, pero tampoco se construye desapareciendo. Se construye con estabilidad. Un padre puede ser amoroso y cercano, pero también firme. Esa combinación es la que realmente da seguridad. Cuando el hijo ve que su padre no se quiebra ante una discusión, que no entra en su misma intensidad, siente que hay alguien que puede contenerlo. Y esa sensación, aunque el hijo no lo diga, es lo que más calma genera.
Y claro, no debe ser nada fácil mantener la calma cuando el hijo reacciona con enojo o frustración. ¿Qué puede hacer un padre en esos momentos para no perder el control?
Los niños necesitan saber que hay alguien que marca el camino, alguien que les da seguridad, no que compite con ellos por tener la razón.
Juan Jesús Guerra.
Totalmente. Nadie nace sabiendo ser padre, y manejar las emociones frente a un hijo es probablemente uno de los mayores desafíos. A veces el padre o la madre llega cansado, estresado, con mil cosas encima, y el hijo hace algo que lo saca de quicio. Es humano reaccionar. Pero justo ahí es donde el adulto tiene que hacer un pequeño alto.
Lo primero es no responder desde el impulso. Si el niño está gritando o haciendo un berrinche, y el padre responde gritando también, lo único que ocurre es una escalada emocional. En cambio, si el adulto logra mantenerse tranquilo, aunque por dentro esté molesto, ya está enseñando algo. Los niños aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice.
Hay una frase que siempre repito los padres enseñan cómo se manejan las emociones, no con palabras, sino con ejemplo. Si tú reaccionas con calma, tu hijo aprende calma. Si tú te desbordas, él aprende desborde.
Y esto no significa ser un robot o reprimir lo que uno siente. Significa darse cuenta de que, como adulto, tienes una responsabilidad emocional. Eres el referente. Puedes sentir enojo, frustración o cansancio, pero tienes que mostrar que se pueden manejar de otra forma. A veces eso implica decir: Estoy molesto, necesito un momento para calmarme y luego hablamos. Eso es mucho más educativo que cualquier sermón.
Pero muchos padres sienten que, si no se muestran cercanos, sus hijos no los escuchan. ¿Cómo se puede ser un padre afectuoso sin caer en ese papel de colega?
Esa es la gran pregunta. Y la respuesta está en entender que cercanía no significa igualdad. Ser cercano es estar disponible, saber escuchar, compartir tiempo, interesarse genuinamente en lo que el hijo siente y piensa. Pero eso no quiere decir perder el rol de adulto.
Hay padres que, por querer ser cercanos, terminan permitiendo cosas que no deberían, o tolerando faltas de respeto por miedo a parecer autoritarios. Y ahí es donde se confunden los conceptos. Se puede ser empático y firme al mismo tiempo.
Cuando el hijo percibe que su padre o su madre le dice no con amor, no se siente rechazado. Lo que siente es estructura. Esa estructura emocional es la que lo va a preparar para la vida real, donde también habrá límites, frustraciones y normas que respetar.
Y no hay que olvidar que los hijos observan todo. Si ven que sus padres se mantienen estables, que saben pedir perdón cuando se equivocan, que pueden reconocer sus errores sin perder autoridad, entonces aprenden que ser adulto no es tener siempre la razón, sino saber manejar las emociones con madurez.
Ser cercano es acompañar, no competir. Es poder hablar, reír, compartir, pero sin dejar de ser la figura que guía. Los niños no necesitan un amigo más, necesitan a alguien que los entienda, pero que también los sostenga.
¿Qué debería recordar un padre cuando sienta que está discutiendo “como un hijo más?
Yo diría que lo primero es hacer una pausa mental. Preguntarse: ¿Estoy reaccionando como adulto o como niño? Solo con ese ejercicio ya cambia la dinámica.
Ser padre no significa tener el control todo el tiempo, pero sí mantener la coherencia. Los hijos se sienten seguros cuando perciben que, aunque haya conflicto, el adulto sigue siendo el adulto.
Hay momentos en los que uno puede perder la paciencia, y eso está bien. Lo importante es lo que se hace después. Pedir disculpas, reconocer que se pudo manejar de otra manera, también enseña. Les muestra a los hijos que la madurez emocional no se trata de no equivocarse, sino de saber reparar.
Y algo que me parece fundamental: los niños no miden el amor por cuántas veces los padres dicen si, sino por cuántas veces se sienten acompañados, incluso cuando les dicen no. La presencia emocional, el tono con el que se habla, el modo en que se escucha, todo eso construye vínculo.
A veces los padres creen que, para que sus hijos los quieran, tienen que evitar los límites. Pero es al revés cuando hay límites claros, los hijos se sienten más tranquilos, porque entienden que el amor también cuida.
Redacción | Web del Maestro CMF






