Maestros al servicio de la educación

Cómo reconocer a un buen maestro

Me atrevo a escribir sobre este asunto porque son muchas las personas que me han preguntado al respecto, entre ellas madres y padres de familia, pero también no pocos maestros y directores de escuela de diferentes niveles educativos. Por supuesto que en asunto tan debatido, tan dependiente de contextos culturales e incluso biogeográficos, no es sencillo alcanzar un consenso razonable y operativo, que nos sirva para actuar en consonancia.

Recuerdo que, cuando trabajaba en un poblado de 350 habitantes, hace más de 20 años, para los padres de familia un buen maestro de Jardín de Niños debería lograr que sus alumnos aprendieran a leer y escribir antes de terminar su educación preescolar, lo cual es a todas luces una barbaridad. Y también me viene a las mente aquél otro señor director de una facultad universitaria, para quien los buenos docentes terminaban con el programa de su materia, incluso antes de concluir el período lectivo, lo cual es otra barbaridad, pues un docente a quien le sobra tiempo no es un buen maestro. Por todo ello es que en estas notas procuraré dar con las características más generales de lo que para mí es un buen maestro, independientemente del lugar y del nivel educativo.

Un buen maestro o maestra (y de aquí en adelante usaré indistintamente uno u otro género para referirme a ambos) tiene un concepto positivo de sí mismo y de su trabajo; esto es que cree en sí mismo como persona y como maestro, que está seguro de que con su quehacer está promoviendo y fortaleciendo el desarrollo físico, intelectual, afectivo, social y moral de sus alumnos, que él es un factor fundamental en la consolidación y perfeccionamiento de sus pupilos como seres humanos, como individuos.

Una buena maestra se considera a sí misma como una verdadera profesional de la educación, y por tanto siempre se conduce profesionalmente. Quedan fuera, pues, quienes son maestros por tener una “chamba”; quienes escogieron la carrera porque les ofrece una plaza segura; quienes ven su desempeño como una obligación impuesta por directivos y supervisores.

Las mejores maestras saben que sus alumnos son personas en cuyo desarrollo humano están colaborando, por lo que saben cultivar y promover en ellos el desarrollo de las competencias culturales básicas de comunicación, pensamiento crítico, resolución de problemas y de participación, así como el desarrollo y consolidación de los valores cívicos y culturales fundamentales.

maestro

Enlace relacionado: Las 8 cualidades de un buen maestro de primaria

Los buenos maestros tienen expectativas positivas de sus alumnos, desde el principio hasta el fin. Saben que un buen docente es como Pygmalión, que con base en su esmero, dedicación, cariño y expectativas, logra que Galatea, una estatua de mármol por él esculpida, cobre vida y calor. Bien se sabe que uno de los factores clave en el éxito escolar está constituido por lo que la institución y sus docentes esperan de sus alumnos, del auténtico interés que pongan en ellos, de las perspectivas que tracen juntos. Los buenos maestros son humanos, amigables y comprensivos; saben construir un ambiente agradable y estimulante en el salón y en la escuela; tienen confianza en la capacidad de todos sus alumnos y logran que todos ellos tengan éxito. Eso de que un buen maestro tiene siempre muchos reprobados es una aberración.

Las buenas maestras nunca culpan a sus alumnos del fracaso; saben que para que se dé dicho fracaso han entrado en juego muchos factores: la falta de preparación y de dedicación de uno mismo como docente, la escasa comprensión de los problemas por los que el alumno atraviesa, la poca o nula e incluso contraproducente motivación que el pupilo tenga en su hogar, la ineficaz estrategia seguida para que el alumno aprenda, la mala calidad e insuficiencia de los materiales educativos, las malas condiciones en que se encuentra la institución, las faltas y suspensiones de labores, la no consideración de las necesidades específicas del estudiante que está fracasando, la menguada pertinencia de los contenidos, lo agresivo de las evaluaciones, en fin. No es el alumno el culpable de todo ello.

Un buen maestro o maestra tiene un concepto positivo de sí mismo y de su trabajo.

Las mejores maestras logran mucha participación de sus alumnos. La participación más importante es involucrar intelectual y afectivamente a los estudiantes, ellos no tienen que estar brincando o yendo de un lugar a otro para mostrar que están activos. No confundamos el silencio que requiere la actividad mental profunda e intensa con el silencio de la apatía o del aburrimiento. Para conseguir la actividad mental, el buen docente hace buenas peguntas, preguntas reflexivas, abiertas, que no se contesten con un sí o un no, que no se contesten con una sola palabra; preguntas que requieran de reflexión y se contesten con respuestas elaboradas, que a menudo se van encadenando con los aportes de varios estudiantes. La buena maestra siempre pide a sus alumnos que den ejemplos concretos de lo que dicen y siempre favorece el aprendizaje cooperativo, el trabajo colectivo. Nunca pone a competir a unos con otros ni muestra el trabajo de la “mejor alumna” como ejemplo de lo que todos los demás deben hacer. Los buenos docentes saben que los principales protagonistas en el proceso de aprendizaje son los alumnos.

Los buenos docentes estimulan a sus estudiantes para que lean y estudien de manera independiente, y siempre les dan oportunidad de que se expresen, de que comenten en la clase sus lecturas. Un buen maestro es paciente, tiene sentido del humor, pero nunca inhibe a un alumno, nunca lo ridiculiza ni se mofa de él.

La buena maestra siempre se asegura de que sus alumnos entienden claramente lo que se espera de ellos. Muchos alumnos yerran o emprenden tareas equivocadamente porque no entendieron la pauta o el procedimiento supuestamente explicado, o contestan erróneamente porque la pregunta estuvo mal formulada por el docente. ¡Con cuántos “reactivos” de opción múltiple me he encontrado que son absolutamente incontestables! ¡Los estudios etnográficos realizados en el salón de clase nos muestran que el tiempo promedio que los docentes dan a sus alumnos para contestar una pregunta no llega, en promedio, a los tres segundos!

Los mejores docentes saben que la indisciplina se debe al aburrimiento, por eso son capaces de diseñar y poner en práctica actividades participativas en las que todos los alumnos se interesan. Organizan los contenidos alrededor de conceptos integradores que tengan una relación estrecha con problemas de la vida diaria de los alumnos y son capaces de integrar los saberes cotidianos con los saberes escolares.

Los buenos maestros saben utilizar muchos recursos y estrategias para el aprendizaje, no se limitan a “dar su clase”. Organizan debates, discusiones, paneles, consultas, intercambios, seminarios; utilizan sistemáticamente la biblioteca escolar y otras bibliotecas, así como otros recursos de fuera de la escuela: folletos, revistas, periódicos, fotografías, carteles, videos, programas de televisión, películas, cintas magnetofónicas, etcétera. El buen maestro busca estos recursos, no se conforma con esperar a que le sean proporcionados.

Un buen maestro utiliza una diversidad de procedimientos para la evaluación formativa (durante el curso) y sumativa (final) de su propio curso y de los logros académicos de sus alumnos. Utiliza los resultados de la evaluación formativa para atender problemas y carencias, así como para reorientar su propio desempeño. En todo caso, un buen docente sabe que la evaluación es una actividad más de aprendizaje al servicio de sus alumnos y de él mismo. El buen maestro siempre busca formas de evaluar su propio trabajo.

Un buen docente dialoga con sus colegas, discute sistemáticamente sobre los problemas que tiene en su desempeño, pide consejo, asiste a otras clases para observar el desempeño de otros docentes y los invita para que observen sus propias clases para recibir la crítica de ellos. Los buenos maestros siempre participan con sus compañeros en la planificación y el desarrollo de las actividades institucionales.

maestro

Una buena maestra, un buen docente, siempre está evolucionando, siempre está aprendiendo. Cuando un docente no está ya dispuesto a aprender, está acabado, como maestro y como persona. El maestro que comienza, el de poca experiencia, por lo general intenta enseñarles a sus alumnos lo que sabe; conforme avanza profesionalmente, el maestro diseña actividades de aprendizaje gracias a las cuales los alumnos aprenden por sí mismos lo que el maestro sabe; los maestros que logran mayor madurez son capaces de diseñar experiencias de aprendizaje en las que los alumnos profundizan en su propia formación, aprendiendo cosas diferentes a las que el maestro ya sabe; avanzan todavía más cuando son capaces de lograr que los alumnos mismos colaboren en el diseño de sus propias actividades de aprendizaje, durante el desarrollo de las cuales ellos construyen sus propios conocimientos; los mejores maestros logran que sus alumnos diseñen sus propias metas, piensen en sus propios objetivos y propósitos, pues con todo ello están contribuyendo a formar personas independientes, que toman decisiones por sí mismas. En todo ello deben ser considerados no solamente los conocimientos, sino también los procedimientos, los métodos, las actitudes, las relaciones interpersonales, los valores, el júbilo que produce el saber que lo que se hace está bien hecho.

Aunque la lista no es completa, ni mucho menos, vamos a dejarla allí para no abrumar al estoico lector. Pero si quien ha leído esto es padre de familia, o si es docente de cualquier nivel educativo, de la educación inicial al postgrado, o si es directivo de alguna institución de educación básica, media superior o superior, yo le invitaría a buscar quiénes de los maestros de sus hijos tienen estas características, si yo mismo como docente las tengo, si los docentes de la institución a mi cargo las ostentan, porque ocurre que todas estas cosas se aprenden o debieron ser aprendidas en la Normal, en los cursos y talleres de formación de docentes para la educación superior, y por lo tanto tenemos el derecho, como ciudadanos, de exigirlas en todos aquellos que se atreven a pararse frente a un grupo en cualquier establecimiento que pretende ser educativo.

Artículo publicado en La Jornada Michoacán, 4 y 5 de noviembre de 2005.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Scielo en la siguiente dirección: scielo.org.mx



Comparte este artículo
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También puede leer:





Se desactivó la función de seleccionar y copiar en esta página.