Durante los últimos años, la docencia ha dejado de ser una profesión estable y respetada para convertirse en una de las más exigentes y vulnerables. Los informes más recientes sobre el bienestar docente en América Latina advierten una preocupante realidad: más del 70% de los maestros sufre estrés crónico, agotamiento emocional o sobrecarga laboral, y uno de cada tres ha pensado en renunciar. La falta de reconocimiento, la escasa remuneración y la creciente violencia verbal y simbólica en las aulas son factores que están empujando a miles de maestros a abandonar una vocación que, en otro tiempo, era motivo de orgullo.
Esta situación no solo ocurre en Chile o México; también se repite en Argentina, Colombia, Perú y España, donde los docentes denuncian que el Estado ya no los protege, que los padres los desautorizan y que las redes sociales se han convertido en un tribunal donde se juzga sin pruebas. En este contexto, la siguiente historia —real y conmovedora— representa la voz de muchos maestros que han decidido priorizar su salud mental y emocional.
Testimonio: “Renuncié a ser maestra de primaria y hoy soy feliz”
Hace 13 años que me gradué como licenciada en educación primaria, tengo mi maestría, la hice no tanto para ganar más dinero ya que eso ya no funciona así.
Ser maestra al principio fue una experiencia bonita, pero me he dado cuenta que ser docentes en estos tiempos es algo difícil.

Si no vives en casa de tus papás tienes que pagar transporte, renta o comenzar a pagar tu casa, no digo que no alcance, simplemente vives y te alcanza para lo básico.
Renuncié debido a que el estado ya no te protege, cualquier hija de vecino te puede quemar en redes sociales incluso si es falso, el sueldo no es equiparable a la enorme cantidad de trabajo.
Ganar $6000 pesos quincenales para aguantar a 34 niños, 7 de ellos malcriados, trabajar sin material ya que por parte de la escuela o de los padres de familia no aportan.
La foto es de hace 2 años, fue ahí cuando decidí renunciar, di prioridad a mi salud y estabilidad y no, no soy de cristal, simplemente quise aspirar a más.
Hoy se cumple 1 año y medio trabajando en el extranjero y puedo decir que es otro mundo, y no tanto por la paga, que si bien, me va mucho mejor, tuve que sacrificar el dejar mi tierra, a mis padres y amigos.
Esta es mi historia, me dirás que hice bien o que fuí de cristal, pero es mi historia, mi sentir.
Yo no me conformé con el salario de un maestro, pero esa soy yo.
Hay quien ganando eso y viviendo al día así son felices y se respeta.
Muchas gracias por leer mi historia.
Créditos: La Gaceta de OBSON
Una decisión que representa a miles
Esta maestra no habla desde el enojo, sino desde la claridad de quien entendió que la vocación no puede sostenerse sobre el sacrificio permanente. Su historia pone en evidencia un sistema que exige demasiado y ofrece poco: salarios insuficientes, exceso de tareas administrativas, y un entorno social que muchas veces no valora la función educativa.
Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el salario promedio de un maestro latinoamericano es un 30% inferior al de otros profesionales con el mismo nivel educativo, y la percepción social de su trabajo ha disminuido drásticamente en la última década. Esto, sumado al desgaste emocional y la falta de respaldo institucional, ha generado una fuga silenciosa de talento docente, con miles de maestros migrando a otros países o buscando nuevas profesiones.
El costo humano del abandono del aula
Renunciar a enseñar no es abandonar un sueño, sino reconocer los límites de un sistema que ya no cuida a quienes educan. Esta historia también habla del costo emocional de dejar atrás el aula: separarse de los alumnos, de los colegas y del propósito que alguna vez dio sentido a la carrera. Sin embargo, también representa un acto de valentía y autoconocimiento: elegir la paz y la salud mental por encima de la carga y la frustración.
Como ella, muchos maestros hoy buscan respeto, equilibrio y una vida más digna. No por falta de vocación, sino porque la vocación también necesita condiciones humanas para florecer.
Reflexión final
“Renuncié a ser maestra y hoy soy feliz” no es una frase de desilusión, sino de esperanza. Es el eco de miles de docentes que han comprendido que enseñar no debe significar padecer. Mientras los gobiernos discuten reformas, las aulas se vacían y las vocaciones se enfrían. Urge que las autoridades, las familias y la sociedad entera comprendan que sin maestros respetados, protegidos y bien remunerados, no hay educación posible.
Porque el verdadero fracaso no es que una maestra renuncie:
es que un país permita que una maestra tenga que hacerlo para ser feliz.
Redacción | Web del Maestro CMF





