La siguiente publicación de UNICEF, proporciona una serie de orientaciones para mejorar el trabajo en las sesiones de aprendizaje, dicho documento se elaboró en base a observación y como se menciona en la presentación del documento ” … experiencia que queremos compartir con ustedes en esta guía, con la convicción de que no se trata de recetas ni teorías, sino de caminos recorridos que demuestran que es posible lograr aprendizajes de calidad en contextos difíciles.”
BUENAS PRÁCTICAS PARA UNA PEDAGOGÍA EFECTIVA
Puede parecer una trivialidad decirlo, no obstante, es preciso afirmar que lo más importante en el proceso educativo se juega en la delicada relación entre el profesor y sus alumnos, específicamente al interior de la sala de clases. Todo lo demás, es relevante en tanto determina el contexto en que se da dicha relación.
En el estudio “Escuelas efectivas en sectores de pobreza” descubrimos que, aun cuando hay muchas formas distintas para abordar el trabajo en el aula, hay también algunas características y prácticas comunes que parecen ser claves para lograr una pedagogía efectiva, las que se presentan a continuación.
Muchos de estos aspectos pueden ser profundizados a través del análisis del “Marco para la Buena Enseñanza”, publicado por el Ministerio de Educación en septiembre de 2003.
1. Disposición al trabajo riguroso y compromiso profesional
No existen los milagros. Los docentes de estas escuelas lo saben y entienden que su misión es dura y delicada. Saben que no basta un desempeño meramente formal. Al contrario, ellos se sienten comprometidos con hacer las cosas lo mejor posible, porque tienen convicción respecto de la potencialidad transformadora de la educación y conciencia de que parte importante del futuro de sus alumnos depende de la educación que reciban. Por eso, se sienten responsables de los aprendizajes y resultados de los niños, se esfuerzan en hacer buenas clases y en apoyar preferentemente a los
más desaventajados: no defraudar a los alumnos es un deber profesional constante. Esto se expresa de muchas maneras. En estas escuelas se pierden muy pocas clases, el ausentismo laboral es bajo y cuando los profesores faltan, dejan planificadas sus clases. Muchos docentes asumen labores adicionales a las de aula, elaborando proyectos de mejoramiento educativo, coordinando talleres o academias, participando en instancias colectivas de discusión y trabajo. Al mismo tiempo, los profesores muestran dominio de los conocimientos que imparten y de las metodologías de enseñanza y tienen una preocupación permanente por su desarrollo profesional. Son exigentes con sus alumnos y consigo mismos y se orientan hacia la búsqueda de la excelencia.
2. Altas expectativas sobre sus alumnos.
La realidad familiar y social de algunos de los alumnos es muy golpeadora y, por eso, no es de extrañar que muchos docentes que trabajan en sectores vulnerables se den por satisfechos si la escuela cumple con el rol de ampararlos, apartándolos de los peligros de la calle y dándoles alimentación. Sin embargo, en las escuelas efectivas no encontramos esta visión, porque allí hay conciencia de que las bajas expectativas llevan a una profecía autocumplida: si espero poco de mis alumnos, obtengo poco de ellos.
Al contrario, entre los docentes entrevistados existe un alto nivel de expectativas –aunque no desmedidas ni poco realistas– con respecto al trabajo que la misma escuela puede realizar y, sobre todo, en cuanto a los resultados que los niños y niñas pueden obtener en el futuro: completar la enseñanza media, acceder a estudios superiores, ser personas competentes, íntegras y felices. La enseñanza es exigente: “Mis niños van a llegar lejos” es una frase recurrente en el discurso de la mayoría de los profesores. Estos docentes no están en absoluto ajenos a las carencias de sus alumnos, pero su mirada afectuosa descubre constantemente las fortalezas en ellos: “No hay que sentir lástima por los niños, tratarlos de pobrecitos; son niños admirables. No me gusta el enfoque periodístico: escuela pobre, eso es tipificar a los niños pobres como tontos. ¡La inteligencia no es patrimonio de una clase social!”, afirma una profesora de una escuela que ha obtenido en los últimos años alrededor de 300 puntos en el SIMCE.
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